Transición agroecológica para la soberanía y seguridad alimentaria

La agricultura “es la puerta de entrada para la transición que se necesita frente al cambio climático”. Ximena Rueda Fajardo (Uniandes, 2022)

 

Ciertamente, la nominación de la sociedad del conocimiento (bajo la idea de Peter F. Drucker en Landmarks of Tomorrow: A Report on the New ‘Post-Modern’ World, 1959) y la información (en las ideas sobre Internet, las redes, la economía y el desarrollo global de los artículos de Manuel Castells, 2001), ha tenido una notable influencia en la propagación de la “ignorancia programada” de la otra cara de la modernidad “ilustrada” y “científica” posmoderna.

 

Introducción

 

La transición energética, planteada académicamente por primera vez en 1972 por el “Club de Roma” y publicada en la investigación con el título de Los límites del crecimiento[1], fue una señal olvidada y deliberadamente ignorada, ensombrecida por las recurrentes crisis de acumulación por las que todavía atraviesa el capitalismo. Hoy la sociedad industrial y del consumo, como marca del modelo civilizatorio instaurado desde siglo XIX, ha entrado en una encrucijada de impotencia, donde no puede ni avanzar ni retroceder. Pese a la tercera y aún la cuarta revolución industrial, llegamos al punto donde descubrimos la formidable “montaña de basura” que no se pudo deshacer ni reciclar en cien años: todo átomo y molécula de la vida desde el espacio, la atmosfera, los océanos, los continentes, se contaminaron. En la modernidad, la sociedad de consumo que antecedió a la sociedad del conocimiento fue música de fondo de los discursos grandilocuentes y optimistas de economistas neoclásicos del modelo de “crecimiento económico”, que acogieron ingenuos y codiciosos empresarios y, a su vez, estos sobornaron a ignorantes líderes políticos para inventar los virtuosos regímenes políticos portadores de la ideología neoliberal que legitimó la estrategia de la ignorancia programada para engañar sociedades de naciones y continentes enteros.

 

Al respecto, economistas como Thomas Piketty nos refrescan la memoria, al denunciar cómo desde el siglo XIX se movió el pensamiento occidental entre el catastrófico pesimismo ambiental, con David Ricardo, pasando por Karl Marx, hasta el optimismo infundado de Simon Kuznets sobre la reducción de las desigualdades y la contaminación en el siglo XX[2]. También, tanto el citado autor como Mariana Mazzucato llaman la atención sobre el significado e importancia de la desigualdad, esta última, en cuanto la socialización del riesgo de la innovación y la concentración privada de “las recompensas” de dicha innovación, resultado de las asimetrías generadas por el mercado. De hecho, en palabras de Piketty, “la distribución de la riqueza es una cuestión demasiado importante para dejarla en manos de los economistas, sociólogos, historiadores y filósofos”, y, por tanto, se requiere deconstruir el discurso tradicional que legitimó el orden social que sufrimos.

 

“la distribución de la riqueza es una cuestión demasiado importante para dejarla en manos de los economistas, sociólogos, historiadores y filósofos”  Thomas Piketty

 

La búsqueda de un desarrollo social alternativo pasa por opciones epistemológicas que incorporan la complejidad de la relación naturaleza-sociedad de largo plazo, poniendo en cuestión supuestos de los modelos económicos. Desde mitad del siglo XX, Nicholas Georgescu-Roegen introdujo un profundo cambio en el pensamiento en la trabajo de aplicación de la leyes de la energía  (1ª y  2da de la termodinámica)[3], el cual había pasado desapercibido, pero ahora conviene considerar el paradigma de la bioeconomía con José Luis Naredo[4] y la adaptación de los principios de la teoría del “decrecimiento” de Serge Latouche[5], que resume en unos criterios básicos, asociados a la conducta, el comportamiento social[6], con lo se inicia un necesario debate y competencia científico-técnica por traducir la teoría en innovaciones tecnológicas de cara a la disminución de la entropía o la generación de residuos tóxicos, sean líquidos, gaseosos y/o sólidos.

 

Se requiere un ambicioso cambio cultural, una “revolución cultural” que ha de conectar la sociedad y sus redes globales de extracción, producción, distribución y consumo desde los sistemas de regiones y ciudades, desde lo local, territorial, lo urbano, lo rural a largo plazo. Igual, y paralelamente, se requiere redefinir el papel del Estado en la distribución, dado el abultado pasivo socioambiental que padecen los excluidos urbanos y rurales tanto por la contaminación o envenenamiento de sus vidas como por la larga condena al hambre y la miseria.

 

Para empezar, se propone la transición agroecológica con enfoque territorial estrechamente ligada a la soberanía y la seguridad alimentaria para sociedades. Esta implica fundamentalmente tres requisitos: a.) un modo de regulación del uso de los bienes naturales y servicios que redistribuya equitativamente las cargas y beneficios con transferencia de rentas o subsidios a los productores agroecológicos, b.) un sistema de investigación con observatorios y laboratorios que combina la inteligencia artificial con los saberes ancestrales y populares; y c.) constitución de bancos regionales de germoplasma, por lo que la investigación bio involucra de manera creciente a la universidad pública.

 

Necesidad de una transición agroecológica para la seguridad alimentaria

 

En la antigüedad, la agricultura constituyó el proceso cultural más trascendental en la historia de la humanidad, en cuanto involucró también un salto tecnológico de grandes repercusiones en el bienestar material y espiritual de aquellas sociedades.

 

Fue fundamentalmente una experiencia agroecológica dirigida a establecer un balance entre las presiones sociodemográficas y las presiones ecológicas, como condición necesaria para el bienestar. Sin embargo, la condición suficiente constituyó un doble reto que ha atravesado la historia de todas las civilizaciones: uno, el de aumentar la productividad, y dos, mantener estándares de crecimiento poblacional, lo implicó patrones de producción, distribución y consumo, de donde surge el referente material de la cultura[7]. La matriz tecnológica estuvo dada en unidades de energía (Kg o Tn) gastadas o utilizadas/producto a obtener, de modo que la relación costo/beneficio podía ser favorable o desfavorable. La invención y desarrollo de herramientas y artefactos tecnológicos, en función de las posibilidades de acceso a la oferta ecológica, fue lo que implicó el saber y el conocimiento adaptativo a las cambiantes condiciones ecológicas. Ahora bien, la razón práctica de la tecnología estaba relacionada con la estrategia de las unidades de energía que debía invertirse para obtener unidades (en Kg) de energía demandas (proteínas, carbohidratos, vitaminas).

 

Desde esta la óptica agroecológica, la evolución de las culturas a una cada vez mayor y progresiva separación de los grupos poblacionales de la naturaleza (de los asentamientos rurales), dio origen a ciudades y modernamente sistemas urbanos de gran magnitud y complejidad, con alto consumo de energía y alta presión sobre los ecosistemas y su biomasa, suelos y agua. A su vez, como grandes centros procesadores y generadores de residuos (entropía), expandidos más allá de fronteras geográficas (territorios urbanos y rurales, regiones, países y continentes). A parir del vapor de la revolución industrial, con el carbón (Metano), luego el petróleo (CO2), el gas, y otros, la matriz energética fósil dio paso a la sociedad de consumo movida por las locomotoras, que aún coexisten.

 

En este sentido, la crisis contemporánea demanda una transición energética y agroecológica en dos frentes: de un lado en la fuente de combustión, y de otra, en la fuente de fertilidad de la tierra. La primera tiene efectos atmosféricos de estabilizar o bajar los gases de efecto invernadero (GEI) y la contaminación de suelos y aguas, y la segunda, efectos ecológicos sobre suelos y agua para la producción limpia manufacturera (materias primas), agroindustrial y agropecuaria. Son complementarias.

 

la crisis contemporánea demanda una transición energética y agroecológica en dos frentes: de un lado en la fuente de combustión, y de otra, en la fuente de fertilidad de la tierra.

 

Necesidad de una transición agroecológica para recuperar la soberanía y la seguridad alimentaria 

 

Como se muestra en la gráfica 1, la producción mundial de alimentos se muestra en proporción mayor a la de la población, pero al mismo tiempo la tierra cultivada (frontera agropecuaria) tendió a reducirse, lo cual indica que los problemas se sitúan en la distribución, lo que conduce a una responsabilidad política que expresa la dramática paradoja de casi 1000 millones de personas con hambre en el mundo, según cifras de Naciones Unidas (ONU, 2020). En este sentido, el sistema político como correlato del modelo económico reproductor exponencial de desigualdad y pobreza, se expresa, en cada país, con un mayor obstáculo de los pobres para acceder a bienes alimentarios que ahora monopolizan en su producción y exportación los Estados Unidos y los países de la Unión Europea (gráficas 2 y 3).

 

Gráfica 1. Producción mundial de alimentos, 1830-2010/20. Fuente: FAO/BM (2012).

 

En este sentido, la crisis derivada de la pandemia del covid-19 y de la guerra Rusia-Ucrania, ha puesto en evidencia realidades poco conocidas en relación con el mercado mundial de alimentos, particularmente la dependencia y subordinación de los países cuyas economías antes del 2000 eran exportadoras netas de bienes primarios o agropecuarios, hacia los llamados “industrializados”. Como se evidencia en las gráficas 2 y 3, EE. UU. domina la producción mundial de maíz, del cual depende Colombia para el consumo interno en un 70 %.

 

Gráficas 2 y 3. Mayores productores mundiales de maíz y trigo. Fuente: FAO/BM (2022).

 

Para el caso colombiano, entre 1980 y 2000, con el nefasto in-suceso de la presidencia de Cesar Gaviria, el gobierno renunció a la soberanía alimentaria con los tratados de libre comercio (TLC), cuyas consecuencias negativas son evidentes.

 

En efecto, las importaciones de carne, pescado, pasando por lácteos, quesos, legumbres y hortalizas, hasta café y otros 300 productos llegan de EE. UU., y un 28.5 % de todos los alimentos que se consumen en los hogares, son importados. Para 2014-2015, Colombia pagaba anualmente alrededor de USD 6000 millones por importación de los productos básicos y procesados de consumo de las familias, entre ellos, carne, pescado, pasando por lácteos, quesos, legumbres y hortalizas provenientes de Estados Unidos, Chile, México y otros 20 países, hasta café. Para el 2014, el valor Free onboard (FOB) de la importación de 4.4 millones de toneladas de maíz ascendió a USD 1689 millones/año. El arroz, que el país producía y que se llegó a exportar a Venezuela, ahora se empezó a importar de Ecuador en 104 000 toneladas para el 2022, convirtiéndose en importador.

 

Por otra parte, alimentos oleaginosos como grasas y aceites vegetales han representado importaciones por USD 593 millones/año entre 2014-2021 (esto incluye margarinas y aceites a base de soya, maíz, de oliva, cacao y coco) desde EE. UU., principalmente, y desde España, Ecuador y Bolivia.

 

Como país agroecológicamente apto para la agricultura, pasamos por la vergüenza de importar la mayoría de bienes agrícolas como frutas. menos chontaduro o marañón. Importamos melones, manzanas, peras, uvas, duraznos, dátiles, sandías, mangostinos, cerezas y nueces por valor de USD 287 millones (de 2014); conservas, por USD 95 millones millones provenientes de Chile, EE. UU., Canadá y España. En el 2021 importamos 108 000 tn de manzanas por un valor USD 100 millones, peras por USD 18 millones, kiwis por USD 3.8 millones, duraznos por USD 980 millones. Así mismo, para el 2021 la importación de hortalizas y frutas frescas tuvo un crecimiento del 5.5 % en volumen y del 4.5 % en valor, ascendiendo a USD 3.6 millones de toneladas y € 3258 millones (DIAN, 2022; Sac, 2015).

 

La sorpresa mayor es que para 2020 los cereales, los residuos de alimentos y los aceites representan más del 50 % de las importaciones agropecuarias en dólares FOB, conformada por maíz y trigo, con 435.2 y 1008 USD FOB.

 

Como resultado, la balanza comercial deficitaria de nuestro contexto lo dice todo, como se muestra en la gráfica 4, con un progresivo deterioro que llegó en 2015 a -7,1.

 

Gráfica 4. Balanza comercial en millones de toneladas. Fuente: DIAN/MADR/Oficina de Asuntos Internacionales.

 

De otra parte, el comportamiento negativo de la balanza comercial agropecuaria colombiana contribuye a argumentar la magnitud de la desvergüenza de los gobiernos de estas últimas décadas, como se muestra en la gráfica 5, mostrándose que entre los años 2000 y 2020 las exportaciones agropecuarias bajaron un 42.6 %, pasando del 16.2 % al 9.2 %.  En cambio, las importaciones se han mantenido estables. Sobre todo, teniendo en cuenta que es el Estado el depositario de la soberanía nacional alimentaria y el garante del derecho a la seguridad alimentaria.

 

 

Gráfica 5. Participación del sector agropecuario en la balanza comercial nacional. Fuente: DANE/DIAN.

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[1] Meadows, Donella H.; Randers, Jorgen; Meadows, Dennis L. (2012). Les limites à la croissance (dans un monde fini). Paris, Rue de l’Echiquier en Alternatives Economiques, 425 p. Traducido al francés del original en inglés (The Limits to Growth, the 30-Year Update, 2004) por Agnès El Kaïm. Una primera versión de este ensayo colectivo de 1972 fue publicada por El País (1993, 355 p.), mientras la versión final, correspondiente a la versión en inglés de 2004, ha sido publicada por Galaxia Gutenberg con la traducción de Sergio Pawlowsky y el título de Los límites del crecimiento: 30 años después (2006, 514 p.).

[2] Citado por Piketty, “en la teoría de Kuznets, la desigualdad de ingresos se reduciría automáticamente en las fases avanzadas de desarrollo capitalista, independientemente de las opciones de política económica u otras diferencias entre los países, hasta que finalmente se estabilizó en un nivel aceptable. Propuesto en 1955, esto era realmente una teoría de los años de la posguerra mágicos se hace referencia en Francia como el ‘Trente Gloriosas’, los treinta años gloriosos, 1945-1975”. Piketty, T. (2014). El capital en el siglo XXI. México, Fondo de Cultura Económica, p. 23.

[3] Georgescu-Roegen, N. (1976) Energy and Economic Myths: Institutional and Analytical Economic Essays. New York, Pergamon Press; y (1971). The Entropy Law and the Economic Process. Cambridge, Harvard University Press.

[4] Naredo, J. L. (2006). Raíces económicas del deterioro social y ecológico: más allá de los dogmas. Madrid, Siglo XXI.

[5] Latouche, S. (2008). La apuesta por el decrecimeinto. ¿Cómo salir del imaginario dominante? [2006]. Barcelona, Icaria; (2009). Pequeño tratado del decrecimiento sereno [2007]. Barcelona, Icaria; y (2007). Sobrevivir al desarrollo: de la descolonización del imaginario económico a la construcción de una sociedad alternativa [2004]. Barcelona, Icaria.

[6] La tesis de Sergio Latouche podría resumirse en los siguientes criterios: a.) Reevaluar los valores individualistas y consumistas y sustituirlos por ideales de cooperación; b.) Reconceptualizar el estilo de vida actual; c.) Reestructurar los sistemas de producción y las relaciones sociales en función de la nueva escala de valores; d.) Relocalizar: se pretende reducir el impacto generado por el transporte intercontinental de mercancías y se simplifica la gestión local de la producción; e.) Redistribuir la riqueza; f.) Reducir el consumo, simplificar el estilo de vida de los ciudadanos; g.) El Decrecimiento apuesta por una vuelta a lo pequeño y a lo simple, a aquellas herramientas y técnicas adaptadas a las necesidades de uso, fáciles de entender, intercambiables y modificables; h) Reutilizar y reciclar: alargar el tiempo de vida de los productos para evitar el despilfarro; i.) Evitar el diseño de productos obsolescentes.

[7] Harris, Marvin (1987). El materialismo cultural [1979]. Madrid, Alianza, 399 p.

Investigador. Profesor, Escuela de Economía y Administración UIS.
Grupo de Investigación GIDROT UIS

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