Patricia Ariza: la cultura como derecho y el arte como factor de cohesión social

La nueva ministra de cultura es un personaje que ha forjado un largo camino en el territorio del arte y que siempre ha tenido ligazón con las pulsaciones de la historia, en un país políticamente propenso a lo dramático y teatralmente cercano a la política, a la opinión crítica frente a las duras realidades del escenario nacional. Como ser humano y como creadora no ha cesado de expresarse de manera múltiple, desde sí misma y desde las voces de quienes no logran ser escuchados. Jamás ha ocultado su espíritu rebelde ni su militancia revolucionaria y ha sido sincera en sus posiciones como mujer y como artista.

 

Viene de la base, del trabajo laborioso haciendo teatro, poesía, gestión cultural, perteneciendo a uno de los grupos emblemáticos que le ha dado al teatro colombiano sentido de identidad y proyección internacional. Ahora, en una situación inédita, acompañada de un equipo eficiente y con el respaldo del movimiento artístico, puede lograr que la nación entera se fortalezca, desarrollando valores esenciales, propiciando condiciones para que ocurra el florecimiento cultural que estos tiempos aciagos demandan, porque el nuevo gobierno recibe un país menoscabado por la corrupción y maltratado por la violencia endémica.

 

A diferencia del presidente saliente, Gustavo Petro ha sido responsable al asignar en esta cartera a una mujer que conoce las circunstancias culturales del país, para que encabece una tarea que ningún otro gobernante ha vislumbrado en sus amplias dimensiones humanas y sociales. Nos habíamos acostumbrado a funcionarios acomodados por conveniencia politiquera y no por su competencia en cuestiones sustanciales, sin mucho conocimiento de los asuntos medulares del ministerio encargado de regir y aplicar las políticas culturales del estado. El expresidente Duque probó con dos ministras que no dieron la talla y con un ministro naranja que quiso materializar los propósitos de un mandatario con ideas limitadas, que redujo su concepción del arte a los parámetros de lo empresarial y que intentó convertir a los artistas en emprendedores supeditados a hipotéticos mercados de bienes culturales.

 

Patricia Ariza tiene un reto exigente porque la cultura en Colombia ha sido tratada en forma despectiva. Sus primeras declaraciones ya anuncian cambios fundamentales y propósitos que pueden aportar perspectivas, en una institución llamada a cumplir papel protagónico en el experimento de un país que necesita recuperar autoestima, para enfrentarse a nuevas expectativas frente a lo creativo. El arte está más allá de la formalidad, es factor de evolución de las culturas y expresa sentimientos, emociones, mundos posibles y realidades que nos hablan de épocas y complejidades y que nos transmiten la posibilidad de superar lo pedestre para extender las alas del conocimiento y la imaginación. El espíritu de un pueblo se cualifica cuando se logra sensibilizar, respecto a las maneras de existir en concordancia con los congéneres, con la naturaleza, con el universo de signos y símbolos que componen lo que cada uno logra ser y lo que consigue en su conjunto una sociedad dinámica, una nación de diversidades.

 

 

Pero en Colombia la posibilidad artística no ha sido para todos y la riqueza cultural no es apreciada plenamente. Da optimismo pensar que la nueva ministra no es cuota política, ni persona elitista, ni encarna intereses particulares y, por el contrario, además de su experiencia y conocimiento, representa un sentimiento amplio, generalizado, de los movimientos de arte y cultura, en los epicentros y en las regiones.  Sus declaraciones son congruentes con el planteamiento de Gustavo Petro, que sin duda es uno de los presidentes mejor preparados, con acervo cultural y cercanía al humanismo filosófico y estético de una época de convulsionadas resonancias, donde muchas veces el arte ha tenido aliento renovador y ha fortalecido las raíces. En Colombia lo artístico y lo cultural han estado del lado de la vida y tal vez por eso, fenómenos como el estallido social, no sólo se redujeron al descontento y a la confrontación, mostraron que hay una generación que se expresa con arte y que encuentra en la paz motivaciones para aportarle a Colombia cambios profundos, que el sensacionalismo de algunos medios y el manejo de la información han pretendido soslayar.

 

Los artistas colombianos han logrado que la memoria histórica no sea borrada arbitrariamente, generando reflexiones y miradas distintas que expresan las sinfonías interiores de millones de seres que padecen la historia suscitada por los conflictos interminables y la descomposición de las instituciones. La ministra habla de reconocer a los artistas y valorar la importancia que juegan los procesos culturales en la reconstrucción de un país que ha sido devastado, una y otra vez, por el desamparo, la agresividad y el irrespeto continuado contra los derechos fundamentales, que son inherentes a una sociedad verdaderamente democrática. En ese sentido, es reconfortante que el arte y la educación lleguen a todas las personas, de todos los estratos socioeconómicos, de todos los territorios y orígenes étnicos. De otra manera, sería casi imposible superar tragedias indelebles que subyacen y se evidencian en las oleadas de violencia, que no cesan todavía y siguen siendo un gran escollo que impide conseguir paces auténticas, en el marco de aspiraciones genuinas, que buscan cerrar el círculo de odio y venganza que ha caracterizado los derroteros históricos de las últimas décadas.

 

 

Ante el nombramiento de Patricia Ariza no han faltado los contradictores que acuden a la cizaña y a posiciones descontextualizadas. Es parte de las armas sucias de algunos políticos y ciertos periodistas que trafican con la vileza para colocar talanqueras a iniciativas de honesta intención. Cierta comunicadora española, que ha estado al servicio de políticos mendaces y ha defendido los preceptos más atrasados del establecimiento, se ha lanzado en ristre contra la nueva ministra, con invectivas y vilezas. Esta periodista siempre la emprende contra aquello que se sale de sus esquemas odiológicos cercanos al neofascismo. Ella piensa con prepotencia colonial y parece vocera de quienes oyen la palabra cultura y desenfundan amenazas.

 

Pero la ministra artista es tesonera, sobreviviente de una generación lúcida que el oscurantismo quiso acabar y por eso es capaz de imprimir un sello diferente, con la consciencia de aportarle al país cultural nuevas condiciones, otros elementos más frescos e incluyentes, para que Colombia pueda aspirar a una paz naciente, donde lo artístico sea un rasgo de identidad para este territorio mágico y paradójico que, efectivamente, es una potencia de la vida, más allá de los despojos que nos han dejado  los corruptos, los violentos, los mezquinos y la voracidad insaciable del poder. Patricia Ariza se ha comprometido a tener dialogo con los artistas y a transversalizar lo cultural con otros ministerios, permeando opciones de desarrollo integral, porque “la cultura no es un adorno, es un derecho”. El movimiento artístico la respalda con un consenso poco frecuente, que habla de la empatía con el cambio y con las reformas ministeriales que pueden suceder, para que la cultura colombiana ocupe un lugar digno y tenga importancia en la construcción de un imaginario pacifista, más humano e inteligente, en una nación que debe superar los abismos y los miedos.  

 

Escritor, dramaturgo. Director del teatro Tierra

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