La cuestión es el Estado

En el imaginario de los colombianos, hay tal cantidad de prejuicios de diferente procedencia, según los cuales orientan su acción social en todas las órdenes –religioso, político, económico o artístico–, que afloran con facilidad cada que emiten juicios o simples opiniones acerca de asuntos relativos al campo político, por ejemplo, que no se sabe bien si son producto de la ignorancia voluntaria o involuntaria, o de maledicencia para hacer daño a los contendores ideológicos.

 

En eso estamos; emitiendo juicios que nada tienen de análisis objetivos y sí mucho de apasionamientos alimentados con chismes sobre personas, sus familias y entornos, incluido el pasado; poco de fondo, dentro del inmediatismo y facilismo, con los cuales se exigen soluciones perentorias e inmediatas para problemas acumulados por siglos.

 

Si tuviésemos una formación menos simplista y sin sustancia, comprenderíamos que lo que está haciendo la oposición en Colombia no es otra cosa que pretender seguir haciendo lo mismo, para no molestar a nadie, sin someter a juicio el modelo de Estado que hemos vivido tiempo atrás , con los problemas límite, como el de padecer hoy una sociedad escindida, de extremos de diagnóstico grave por clases sociales, cuyas enormes distancias se han visto más acentuadas en la fase neoliberal del modelo de Estado vigente.

 

“Estado fuerte o caudillo”, predicaba Álvaro Gómez, proponiendo un vuelco sin cambiar de modelo. Ambas formas de gobierno se han ensayado en América Latina sin que se observen transformaciones sociales, de la dimensión y contundencia necesarias para frenar los grados de acumulación social que estamos observando, la delincuencia disparada, las guerrillas y el paramilitarismo destinado otra vez… Y, para mayores vergüenzas, la vieja clase política haciendo fuerza para que no haya paz total, que es como querer que las cosas sigan como están.Lo que el nuevo gobierno está proponiendo al país, si bien entendiendo, es iniciar un proceso continuo de cambio en el modelo de Estado, que genere menos división social, menos violencia política y común, más seguridad en los campos y las ciudades, producto del equilibrio entre capital y trabajo.

 

Es lo que se llama un cambio estructural, que, tal vez, dentro de esa visión simplista y cortoplacista poco entienden aún los altos heliotropos de la política –o no quieren entender–, metidos en el juego tradicional de “cómo voy yo”, mermelada de por medio para condicionar apoyos a reformas iniciales sobre la salud, las pensiones, laboral, agraria, por la vía democrática y no por la fuerza militar. Cuando no distrayendo, con el concurso de los magos de la imagen y el contenido de la información, con nimiedades para la galería sobre asuntos personales: el hijo del presidente, su esposa, el avión de la vicepresidenta –cuando todos viajan en avión– o los zapatos de la ministra, cuando la cuestión de fondo es el cambio de modelo de Estado.

 

Sociólogo, Universidad Nacional de Colombia

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