Jugar en serio

El domingo, en el parque del barrio, presencié maravillado a dos niñas y un niño jugando al salto de lazo. Ellas batían rítmicamente la cuerda y el chico brincaba tan alegre y expresivo que su desempeño, más que un juego, me pareció la rutina de un danzarín contemporáneo.

 

Como yo, también otros transeúntes contemplaban la espectacular lúdica. De súbito irrumpió un tipo notoriamente alterado.

 

—¡Martín, póngase bien el tapa bocas y venga para la casa! —gritó tomando al niño del brazo, y lo sacó del juego.

—Pero, papá —reclamó el niño.

—Pero nada, un varón no tiene porqué jugar con niñitas —increpó el papá y se llevó al chico.

 

Junto a todos los presentes aceptamos en silencio la agresión. Tampoco reaccionaron los dos policías del cuadrante, que desde su moto presenciaron la alevosa increpación que con sólo diez palabras demostraba machismo, homofobia, abuso de la autoridad paterna, infringiendo además libertades y derechos de la infancia contenidos en el artículo 44 de la Constitución Nacional.

 

El filósofo Eugene Fink distingue el juego como “fenómeno fundamental en sentido cultural, ontológico y existencial”. En el comportamiento infantil, el juego se da espontáneo, impulsado por una indicación genética para adquirir desde el goce los saberes y destrezas vitales.

 

Psicólogos, pedagogos, estudiosos del universo infantil (Piaget, Vygotsky, Tonucci, entre otros) han demostrado que el jugar es connatural a la niñez. Sus investigaciones, que reconocen el juego como factor esencial para el desarrollo a plenitud de la niñez, han contribuido a la evolución de la educación infantil.

 

Pero la humanidad, aun siendo consciente de la importancia existencial del juego, manipula, frustra o violenta las expresiones lúdicas. La actitud del papá de Martín no es excepcional, el irrespeto a la libre expresión de niñas y niños y el maltrato infantil son pan de cada día en el mundo entero.

El asunto es que la humanidad adulta adolece de frustraciones y prejuicios que adquirimos cuando somos cooptados para la vida pragmática y objetiva, donde los paradigmas para el deber ser son el éxito, el poder, la fama, la opulencia.

 

La opinión de niños y niñas no es tomada en serio en el hogar, menos en la sociedad, y los adultos confundimos la crianza y la protección responsable con la intervención arbitraria en sus funciones y decisiones. Lejos estamos en Colombia de consentir una escuela donde la opinión infantil sea vinculante y decisoria sobre el modo y tipo de educación que se les imparte.

 

El asunto es que la humanidad adulta adolece de frustraciones y prejuicios que adquirimos cuando somos cooptados para la vida pragmática y objetiva, donde los paradigmas para el deber ser son el éxito, el poder, la fama, la opulencia.

 

Los juguetes que oferta la sociedad de consumo, jugoso negocio, corresponden a lo que el mundo adulto quiere que juegue el niño. Los iconos del cine infantil anulan el juguete espontáneo y desplaza a los juegos tradicionales. Por fortuna la imaginación infantil, en muchos casos, logra reconstruir el significado de la iconografía de mercado.

 

En las sociedades competitivas y comparativas la niñez es llevada a adecuarse con los cánones imperantes. Por ejemplo, el papá de Martín puede considerar que, si su hijo es hábil para maniobrar el cubo Rubik, o si es hábil para los juegos virtuales, demuestra más inteligencia que cuando juega a saltar lazo.

 

En las poblaciones rurales de Latinoamérica los niños y las niñas todavía improvisan sus juguetes con materiales naturales, sin embargo, la realidad los impele a trabajar cuando deberían estar educándose en la escuela. La convivencia con la violencia acaba de impedir que tengan espacios para el juego y el Estado ni los prioriza ni se hace presenta a favor de los juegos infantiles.

 

La humanidad debe tomar en serio a la niñez que juega, porque su espíritu edificado por el juego en la participación libre, entrenado de modo placentero para la creatividad y la expresividad, como Martín, el bailarín del lazo, serán ciudadanos que saben valorar lo colectivo y lo colaborativo porque lo vivieron y lo aprendieron en el juego.

 

Para cerrar este artículo traigo a colación un conjuro literario que usé con mi hijo, cuando en su adolescencia decayó en un apego maniático a los juegos virtuales de la tablet que le regalé. Escribí para él siguiente cuento en verso para persuadirlo a volver a la lectura de libros impresos en físico.

 

Modestia aparte, diré que funcionó.

 

La ilusoria hazaña del lúcido As Trónico

(Fábula en verso)

 

De todos los héroes de video-aventuras

Solamente As Trónico subvirtió la trama

Ludi-cibernética de su ideo-programa

Que en serie vendían las sado-culturas.

 

Preso de un diskette rifaba su vida

Al cuántico azar de un software estricto

O a la esquizofrenia de algún vídeo-adicto

Rifaba su muerte en cada partida.

 

Su Tv-periplo tanto repasó

Que aprendió el sistema para la victoria

Y por la conciencia que da la memoria

Voluntariamente se desprogramó.

 

Fue al quedar prendido y solo el monitor

Que As logró batir el récord supremo;

Mas, como era un ciclo sin meta ni extremo,

Fundió el aparato su súper-score.

Un corto circuito derritió el diskette,

Sólo el As quedó en la negra pantalla;

Justo a tiempo salta, pues la tele estalla

Y el mundo real es su nuevo set.

Mas no le importó su hazaña a la gente,

Que al ver incendiada su electrogonía

Cual humo aventaron su ilusonomía.

Lo ignoró hasta el perro fiel televidente.

 

Suscitó el amor su única campaña:

Jadear vio a una bella a merced del novio

Quiso a la indefensa librar del oprobio

Pero su injerencia dio a Eros más saña.

Y cuando los focos de energía intervino

La ciega pasión no vio el Tv-flash,

Ni el sordo placer contestó el tele-fax.

Para el quijotrónico fue el amor molino.

 

Pero algo en su pecho empezó a latir

Y en el hueco cosmos vio ausente a su amada.

Comprendió el dolor de ser solo nada,

Y envidió el amor del mortal vivir.

 

Su haz de luz fue refractado

Y al pasar de juego a vida

Ganó, al perder la partida,

De su espejo el tercer lado.

¿Quién como él no ha soñado

Ir a la instancia prohibida?

 

Escritor, Titiritero

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