El espíritu del Amazonas, nuevo libro de Celso Román

El autor ha cedido a Encuentros una reseña y el primer capítulo de su más reciente libro, la novela El espíritu del Amazonas (Enlace Editorial, 2023). Toda la magia indígena se une para rescatar los animales y hacer que un alto ejecutivo comprenda el amor que nos une a la Madre Tierra. Un libro de indudable actualidad en tiempos de crisis climática. Su publicación será acompañada por una galería de fotos, proveída por el autor, en el entorno amazónico. Allí donde reside.

 

 

—No, doctor, salvajes no, silvestres, los animales son silvestres.
Los salvajes somos nosotros.

Jorge Ignacio Hernández C.
(Biólogo creador de la Red de Parques Nacionales)

 

 

La selva está en peligro por la intervención humana. Vai Mashé,  el  espíritu del Amazonas y Señor de los animales,  busca al científico Morisukio, el amigo del bosque, para que le ayude a detener la destrucción. Dos jaguares están a punto de morir y su pedido de auxilio llega a la reunión que Vai Mashé ha convocado en el Jardín del Curupira, un ser mágico que vive en medio de la manigua. Allí llegan volando como aves amazónicas también los curacas, payés, chamanes y otros curanderos y  hombres de conocimiento , convocados para salvar a los jaguares, llamados Siaky,  la que canta en la noche  y Taro,  el primer hijo varón. Todos emprenden la aventura del rescate. Simultáneamente se relata la desaparición de un altísimo ejecutivo de una gigantesca empresa maderera, el Dr. Camilo Paulo Pombo de Germán-Ribón, en una tormenta en el río Amazonas. A punto de morir, es rescatado por dos delfines rosados, quienes lo llevan a Ehtámu,  la casa del agua , un lugar sagrado donde viven peces y animales acuáticos como seres humanos en una maloca en el fondo del río. Los indígenas lo recuperan y él puede ver su propia vida en las llamas de un fuego mágico, donde aparece el espectro de su ambición como un monstruo que ha cultivado toda su vida. Con hierbas sagradas y cánticos le hacen una  limpieza espiritual que le permite expulsar la bestia y comprender la red de la vida como una totalidad. Poseedor del secreto, puede mirar el velo del tiempo y ve un futuro de destrucción de toda la cuenca amazónica, que ocasionará incluso la muerte de los jaguares rescatados, pues su propia bestia exorcizada se ha unido a otros engendros similares, provenientes de la minería ilegal , la caza furtiva, el tráfico de especies y la deforestación. Se da cuenta que si no actúa todo estará perdido. Logra encuentro con Morisukio y visitan la ciudad perdida de Paititi, cuya puerta secreta está en el Jardín del Curupira, allí descubren que toda la diversidad de la selva está representada en figuras de oro y joyas. Es el tesoro de Eldorado que tanto buscaron los conquistadores europeos. Crea un plan para conseguir fondos destinados a salvar el entorno, exhibiendo las colecciones de figuras en museos del mundo, manteniendo siempre incógnito el benefactor que compra los jaguares evitándoles una muerte casi segura. Su genio empresarial le permite reformular los objetivos de la empresa maderera hacia el desarrollo en el ámbito de la sustentabilidad.

 

 

Capitulo 1

El espiritu de la vida

 

De cómo Vai Mashé escogió a Morisukio y varios líderes indígenas .

 

En la selva del Amazonas la noche se siente ligeramente fría por la presencia de la Luna. Los espíritus de dos jaguares vagan entre las sombras como fuegos fatuos. Tratan de encontrarse, buscan ayuda con desesperación. Los mueve el amor a la vida y registran la selva mientras tratan de huir de la tragedia que los acecha.

 

Las señales de los satélites de comunicación dan la vuelta al planeta con las noticias que hacen brillar las pantallas de los aparatos electrónicos. Las redes de Internet y los informativos de televisión repican una dolorosa información: aún no hay señales de supervivencia de importante ejecutivo desaparecido en la selva amazónica. La Tierra gira despacio, mientras las luces creadas por los seres humanos marcan el ritmo de las horas.

 

Al mismo tiempo y desde su refugio en las estrellas, Vai Mashé, el espíritu del Amazonas, busca a alguien en la penumbra. Está preocupado por la suerte de los dos jaguares y el náufrago. Como Señor de los Animales y gran benefactor de la vida, considera su deber ayudar a los desamparados. Necesita encontrar al hombre llamado Morisukio, el amigo del bosque.

 

Lo busca por tratarse de alguien muy especial, y sabe que será difícil hallarlo, pues a veces está en una isla del Caribe, de pronto en un helado páramo de los Andes, o quizás ahora esté en la inmensa región por donde se desplaza el Río Madre, que los pueblos indígenas ancestrales llaman Paranaguazú, el Gran Pariente del Mar.

 

Al amparo de los astros, Vai Mashé recorrió la selva con la mirada fija e inquisidora del taumaturgo –el mago dueño de la palabra mágica transformadora del mundo–. Sus ojos recorrieron la Amazonía, semejante a una gigantesca hoja verde cuyo eje central es el Río Madre y sus afluentes imitaban las nervaduras menores.

 

Muchos de los lugares que siempre habían sido sagrados para los indígenas, ahora estaban gravemente deteriorados. La gran cuenca amazónica parecía una hoja carcomida por insaciables hormigas mecánicas: eran las bestias gigantescas, los artilugios creados por los seres humanos para devorar sin cesar la piel verde de la selva.

 

—Mucho sufrimiento hay en nuestro territorio —se dijo a sí mismo el espíritu desde su alto nicho en medio de los astros. Se refería a la inmensidad de dos ríos: el Amazonas que fluye en la superficie y Hamza, la vasta corriente, mucho más caudalosa, que corre bajo tierra. Uno refleja el Sol durante el día, el otro guarda constelaciones en la noche permanente del subsuelo.

 

Vai Mashé miraba con atención. Parecía buscar una joya diminuta en la arena de una playa; recorrió las sinuosidades del gran río en pos de un brillo especial, donde estaba quien podría ayudarle a salvar a quienes estaban en peligro.

 

—Tengo que encontrarlo, debe estar por aquí —decía Vai Mashé, el espíritu del Amazonas y Señor de los Animales. Acercó la mirada a un lugar a orillas de un pequeño río que atravesaba los terrenos del resguardo indígena de la comunidad Acupata.

 

Finalmente lo localizó y expresó su alegría con una sonrisa.

 

El destello que buscaba provenía de una pequeña casa de madera, construida muy arriba del suelo, cerca de la orilla del gran Río Madre y sobre un inmenso árbol de higuera amazónica. Para ascender al refugio había tres escaleras, de doce escalones cada una, que bordeaban el tronco hasta llegar al piso de la casa, a la cual se ingresaba por una portezuela de trampa.

 

En la temporada de lluvias se presentaba una gran inundación llamada várzea, durante la cual las aguas altas del río se elevaban más allá de los diez metros y anegaban la llanura de desborde hasta 20 kilómetros selva adentro. Era la época en la cual los peces nadaban entre los árboles alimentándose de frutos y semillas, como si fueran pájaros de un bosque subacuático.

 

Por esa razón en época de lluvias y aguas altas, Morisukio el amigo del bosque podía llegar en canoa hasta la escalinata más alta y desde allí subía a la habitación, donde también disponía de un baño y una pequeña cocina.

 

En esa alta atalaya lo encontró Vai Mashé cuando descendió desde las estrellas transformado en una gran águila harpía de la selva. Con el silencioso vuelo de los espíritus de la noche, hizo círculos cada vez más pequeños hasta llegar al balcón de la casa en el inmenso árbol.

 

El aposento estaba repleto de aparatos e instrumentos que le permitían a Morisukio acrecentar los sentidos: el telescopio, para ver con nitidez lo muy lejano escondido en la distancia, y el microscopio, que agranda lo diminuto, lo imposible de apreciar a simple vista a pesar de estar tan cerca.

 

El ave rapaz afirmó sus poderosas garras en la balaustrada de la baranda, donde aún hoy pueden verse las tremendas huellas de las uñas clavadas en la dura y hermosa madera rojiza de Macacauba; desde allí la penetrante mirada del águila de la selva buscó el corazón de un hombre maduro, de blancos cabellos y encanecida barba. Era Morisukio, quien en ese momento dormía profundamente.

 

Vai Mashé entró en el sueño del científico, quien recorría un oculto vericueto de la selva donde por fin había hallado a Tocantera, la enorme hormiga bala. La buscaba desde hacía tiempo y trataba de memorizar el lugar para ubicarlo cuando despertara en la mañana. Miró a los lados para tener como referencia una gran ceiba y un colosal cedro, pues su plan era regresar a conversar con la hormiga. Durante el ensueño, el insecto había aceptado revelarle el secreto de su poderoso veneno, cuyo efecto dura todo un día y parece tener una memoria que retorna continuamente y reitera el tormento de su ponzoña.

 

Estaba en ese sueño cuando el águila le dijo que despertara. Morisukio abrió los ojos y lo reconoció de inmediato:

 

—¡Vai Mashé! ¡Qué honor tener en mi refugio al gran protector de la vida en la tierra y en el agua!

 

—Necesito tu ayuda, Morisukio. La vida de muchos de mis hijos está en peligro de perderse para siempre —dijo el espíritu del Amazonas dentro del águila.

 

—No será mucho lo que yo pueda hacer, estimado Vai Mashé. Como puedes ver, me he retirado a este lugar alejado, pues estoy desilusionado de la gente —respondió Morisukio incorporándose de su hamaca.

 

—Me ha costado mucho trabajo encontrarte pues requiero tu apoyo, ya que en tu corazón tienes el don de salvar vidas y cambiar destinos, aunque a veces no quieras aceptarlo —reiteró Vai Mashé—. Uno nunca se imagina cuántos seres dependen de cada uno de nosotros en la red de la vida.

 

—No quiero saber nada de la gente. No me siento hermano de una especie que destruye el planeta que le da sustento. He visto cómo el humano se apodera de los tesoros de la Madre Tierra de una forma tan rapaz, que sólo deja destrucción y basura a su paso —replicó Morisukio con expresión de tristeza y desazón en sus ojos.

 

—No condeno a la humanidad, sólo busco a quienes puedan ayudarme a salvar las vidas a punto de desaparecer de este territorio, que es nuestra casa. Estoy aquí para invitarte a una reunión con algunos amigos en el jardín encantado del Curupira —explicó Vai Mashé. El águila harpía se quedó en silencio y luego se transformó en un anciano indígena.

 

—¡Curaca Alirio! —exclamó Morisukio, sorprendido al ver a su gran amigo, la primera autoridad del poblado de Sao Joao de Jandiatuba. Era un abuelo que con frecuencia llevaba al científico ranas, lombrices y maravillosos seres extraños de la selva. Él los estudiaba, tomaba fotografías e incluso los dibujaba en detalle, para después devolverlos a la jungla de donde habían venido.

 

—¡Sí señor! Todos somos uno solo —respondió Vai Mashé, quien con aspecto de viejo indígena, demostraba que su poder le permitía tomar la forma de cualquier ser viviente. Eso sería fundamental para la aventura que se aproximaba, pues cada vez refulgían con mayor intensidad las luces de los espíritus que necesitaban auxilio.

 

—¿Curupira, mi gran amigo defensor de los animales de la manigua? ¡Me estás invitando a que me piquen las terribles hormigas de su jardín! —gritó Morisukio con una carcajada estridente.

 

Se refería a los temibles insectos que tan solo dejan crecer en la selva colonias de un arbusto llamado Huitillo, para habitar en ellos y que los indígenas consideran huertas de los espíritus y refugio del Curupira.

 

El científico había observado en las ramas de los Huitillos unas dilataciones llamadas domacios, donde tienen su hogar los feroces insectos que permanentemente patrullan su entorno. Cuando encuentran cualquier otra planta diferente a la que les sirve de hogar, le inyectan el ácido fórmico de su ponzoña para eliminarla.

 

—Curupira está precisamente esta noche diciéndole a sus hormigas que permitan nuestra reunión, contigo y los demás invitados —especificó Vai Mashé.

 

—¿Otros invitados? ¿Y se puede saber quiénes son? —preguntó Morisukio, picado por la curiosidad.

 

—Ya están en camino varios sabedores y portadores del conocimiento. Vendrán curacas, chamanes, payés, hechiceros, brujos y curanderos de diferentes comarcas del planeta, todos preocupados por el destino de la Tierra.

 

—¿Y mis hermanos del pueblo Cocama? —quiso saber el científico.

 

—¡Claro que también están invitados! —explicó el espíritu del Amazonas y Señor de los Animales, pues sabía que Morisukio había sido acogido como miembro de esa comunidad, por su trabajo de varios años con los indígenas.

 

—Y… ¿Para cuándo está pensada la reunión? —dijo el hombre mesándose la barba.

 

—Ya todos están listos. Nos esperan en el Jardín del Curupira, pues ya llegan los espíritus que más nos necesitan en este momento… ¡Por eso debemos partir de inmediato! —exclamó Vai Mashé con un notorio dejo de aflicción, que conmovió el corazón de Morisukio.

 

En seguida volvió a recuperar la feroz apariencia de águila harpía, mostrando amenazadora su afilado pico y abriendo su corona de plumas moteadas de gris.

 

—Pero… el Jardín del Curupira está muy selva adentro… ¿Cómo voy a llegar hasta allá? —confesó Morisukio con la duda en su rostro.

 

—Eso no es ningún problema, querido amigo. Esta noche tendrás las alas de Buteo, el gavilán, para que vayamos volando. ¡Yo te mostraré el camino!

 

Vai Mashé lanzó un conjuro con el grito estridente del águila, que transformó a Morisukio en una hermosa ave rapaz de pecho jaspeado de gris y alas rojizas, que voló de inmediato al balcón, para posarse al lado de la Harpía.

 

—¡Vamos! —dijo la enorme ave rapaz de la selva, deslizándose con un fuerte aleteo por entre las copas de los árboles, seguida por el vuelo rapidísimo del gavilán Morisukio.

 

La luz de plata de la luna los hacía ver como dos espíritus fosforescentes rumbo al Jardín del Curupira, por donde ya rondaban los espíritus de los animales en peligro. Acababa de empezar la gran aventura, que cambiaría para siempre la vida de Morisukio, ofreciendo un sentido tan profundo como él jamás lo había imaginado.

 

 

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