El derecho de vivir en paz

A Víctor Jara, la recién parida dictadura de Pinochet, en 1973, le descerrajó su odio y su miedo con toda la furia reprimida en su mentalidad enardecida: uno, dos tiros en la cabeza; uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis tiros en las piernas; uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce tiros en los brazos; uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte, veintiuno, veintidós tiros en la espalda. El delito, sentir, soñar, amar, desear, sufrir, luchar y el peor de todos: cantarle a la pobreza, a la esperanza y a la paz de Chile y el continente con su guitarra. Por eso, antes de rociarlo con pólvora, le despedazaron las manos con decenas de culatazos atroces.

 

Víctor Jara resuena aún en todas las esquinas de Latinoamérica donde el viento de la paz se ensortija para regresar a rescatar a los muertos del olvido y a los vivos de una muerte segura, en una guerra desigual, salvaje, interminable. Lo mataron, pero aun así, los milicos no perdieron el miedo, los revolucionarios no perdieron la esperanza y la paz sigue aterrando el alma negra de los sanguinarios, mientras el muerto vive sin existir y toca su guitarra con las manos sutiles de la inmortalidad. En el continente, pero sobre todo en Colombia, la paz ha costado cientos de miles de vidas, ha costado horrores indecibles, ha costado centurias de sangre, desamparo y miseria. Colombia ahora, después de los Acuerdos de Paz con las Farc, y después de superar el paso abyecto de un gobierno que paralizó el proceso y saqueó sus recursos, está nuevamente en el camino establecido en el Artículo 22 de la Constitución que establece, como cantaba Víctor Jara, “El derecho de vivir en paz”. El presidente Gustavo Petro tiene ahora la voz cantante, y la guitarra libertaria en sus manos, con lo que está proponiendo una paz total que, entre otras cosas, es la única paz real. De su ponderación dependerá que el proceso iniciado culmine en pactos y acuerdos que enfríen los cañones de los fusiles y que a los colombianos los pueda resarcir un ciclo de paz que nos dé tiempo de sanar tantas heridas, de cerrar tantos duelos, de recuperar tantos sueños, de reencontrar tantos hermanos, de terminar tantas esperas, para que la única conspiración sea la del amor y la única clandestinidad sea la de los besos.

 

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