Desde que en la década de los sesenta del siglo XX se tornara visible la liberación femenina, el mundo, visto como espacio de amplificación de la vida más que mero alcance progresivo del planeta tecnológico y comunicacional, se dispuso a realizar una disputa esencial. La mujer, el sexo humano, el ciudadano, el sexual, el corporal, se dedicó a realzar la diferencia de ser mujer. La teoría feminista y la teoría queer, en literatura, emergieron como instrumentos de sanción política y artística del cosmos unitario del hombre, y, lenta, quizás muy lentamente, en lecturas artísticas de estéticas feministas, de cuerpos de historias narradas por mujeres. Charlotte, Emily y Anne Brontë, Emily Dickinson, Sor Juana Inés de la Cruz o la misma Mary Shelley emergieron como pilares anulares de literaturas no solamente profundas, con cumbres borrascosas o epístolas misteriosas de inquilinas rehaciendo sus vidas en materias volubles, de noches contadas en la benévola penumbra de los días que se cuentan como poemas, de las églogas populares del amor en tiempos de reyerta clerical, de cadáveres exquisitos unidos por grapas y traídos a la vida por efecto de la electricidad. No solamente fueron leídas por cuanto historias literarias, como narraciones humanas en épocas literarias específicas, sino como voces femeninas jugándose el papel fundamental de ser rescatadas del ámbito póstumo, traídas y tratadas con el cuidado filológico de la estima con que se valoran las obras completas de los autores, y bajo el tamiz lector de la curiosidades de vida hiladas bajo el impulso de la sospecha, de la curiosidad, o del ímpetu espacial y mental de, claro estuvo, el universo femenino. La liberación femenina no consistió exclusivamente en la opción cívica de las mujeres de luchar por sus derechos, en tiempos de universalidad del voto femenino, sino en la pugna, el debate y el revisionismo de aquello que rodeaba y que rodea a la mujer.
En literatura, el lenguaje comenzó por emerger como una cabida necesaria dentro de literaturas contemporáneas, presentándose casos como el de Françoise Sagan en Francia. Hija de empresarios acomodados, y por tanto reportera en libre desempeño de la escritura, destapó los tabloides literarios al publicar en 1954 su novela Buenos días, tristeza, con apenas dieciocho años. Todavía es incierto el motivo coyuntural de este bestseller, cabe decirse, las razones concretas de su éxito: si su valía como texto literario o el beneplácito de su figura literaria en un contexto específico, o toques de uno y otro aspecto. Su estampa estilizada y a la vez mentalmente maltrecha de la vida privilegiada de la clase social que tanto conocía, de la burguesía, se prestó también como una mirada hacia la figura de escritora y de personaje/observador femeninos que causaba curiosidad a los hombres: ser mujer, ver como mujer, vivir como mujer, a pesar de estar rodeada de hombres. Editada por René Julliard y posteriormente ganadora del premio de la crítica francesa, el Prix des Critiques, la novela y su autora no tuvieron otro destino que el éxito. Las referencias de su literatura fueron construidas a partir de referencias lívidas de la literatura: en realidad se apellidaba Quoirez, y Sagan fue un apellido-seudónimo tomado de la princesa que protagoniza En busca del tiempo perdido de Marcel Proust; el Bonjour con que escribía sus columnas, fue recibido con la novela como un intertexto poético memorable de Paul Éluard; o Cécile, la joven, tribulada, esnobista y protagonista del trance existencial del drama delirante y cotidiano de su prosa, afincado en la perspectiva de la burguesía parisina, al decir: “El pecado es la única nota de color vivo que persiste en el mundo moderno”, parafraseando a Óscar Wilde, acercó su tono a sentencias definitorias como que el mundo que la joven escritora proyectaba tenía la fuerza de la desilusión adolescente de los personajes de J. D. Salinger. Pero leerla no es más que un viaje eufórico por la ineptitud social, cabría la duda de si su lectura como texto en sí mismo tiene la hondura humana de las prosas telúricas o fantásticas que guían a los lectores hacia la pleitesía. Y los motivos de su fama, a pesar de la valentía de su figura frente a su época, dejan ingentes cuestionamientos sobre los apelativos de la eterna libertad con que su figura se promulgó, en tanto adicta a carros de alta potencia –a los veintiún años casi se mata al volante de su Aston Martin–, irreverente y empática con la vida sin compromisos mayores, hedonista y consumidora de opioides –pastillas de prescripción, anfetaminas, cocaína, morfina, alcohol– y una sensibilidad afín al suicidio con que el frenesí se posa en la sensibilidad para despertar elogios presidenciales, como los que recibió de Jacques Chirac tras su muerte. Una que posiblemente se originó en Colombia, cuando visitó Bogotá junto a François Mitterrand en 1985, llevándose de vuelta un incidente respiratorio agudo que explica irónicamente el motivo de su partida, la embolia pulmonar.
“El pecado es la única nota de color vivo que persiste en el mundo moderno”, Óscar Wilde
Pero si en Europa los destinos femeninos de la literatura eran apologizados por las cualidades masculinas de época en una joven mujer, en territorios como América Latina venían bañados de glorias predicadas por la liberación de la voz americana en tiempos de la esperanza social del proletariado y el fin de las utopías. Gabriela Mistral, segundo Nobel del subcontinente latinoamericano y primero en Literatura, descolló en 1945 por recibir la admiración universal de su pulsión interior de las cosas. Un derecho literario en tanto político, empero, según algunos estudiosos y críticos. Sagan y Mistral, el éxito figurativo como suceso, ¿fueron figuras destellantes de un deseo emergente por valorar la mujer? El escenario fue primario, era apenas el comienzo. Sería necesario encontrar posiciones femeninas para desarrollar puntos de vista capaces de ubicar el drama humano de la francesa como algo que deja de ser exclusivamente humano, al ser mujer. O la mirada de Mistral a contracorriente de la situación política latinoamericana, para escucharla como una voz femenina encandilada y oscilante, como cada poema de Emily Dickinson.
Le faltaría a la mujer demostrar –es decir, la penuria de luchar y luchar por conseguirlo– su capacidad de ser escritora, sin la presencia circundante de halagos encubiertos de pedantería masculina, esos típicos de quienes valoran un producto literario como algo que “sorprende” y “es decente”, literariamente hablando, por haber sido escrito por una mujer. Faltaría entender el significado particular de la mujer y su necesidad de no competir por “la narración como determinada por un solo modelo, el modelo anacrónico de la autopresencia del sujeto universal en la unidad del espacio, tiempo y teleología”; dicho de otra forma, como los hombres. Así lo vería Mária Minich Brewer, quien construyó su idea de las narratividades sin narrativa (Claude Simon: Narrativities without Narrative, University of Nebraska Press, 1995, p. xix) a partir de la disyuntiva de la separación del universo A del universo B –como diría Judith Butler–, de la mujer al hombre sin la posibilidad conectora del “y”: sin la política de la naturaleza, de la coexistencia, de la competencia, de la interrelación, de la participación junto al otro. Vidas narrativas impresas sin una tradición narrativa que las avale, las equipare, las albergue o las valide. Si la mujer es Otra, si es una persona derivada del acto humano de haber sido otredad –más que del acto natural de haber portado el sexo–, la mujer busca reedificar su destino, el cual costó mucho trabajo y tiempo entender en la idea de que el centro de las cosas no es el destino de la mujer, que su totalidad está en otro centro, y los lenguajes femeninos no son visiones de mundo –ni trascendentales ni desinteresadas– en absoluto, al ser un cuerpo que habita una carga cultural y un lenguaje en sí mismos.
Eso mismo había sido el de crítica de Simone Beauvoir cuando, a mediados de siglo, reclamó: “¿Cómo es posible entonces que entre los sexos esta reciprocidad no se haya planteado, que uno de los términos se haya afirmado como el único esencial, negando toda relatividad con respecto a su correlato, definiéndolo como alteridad pura? ¿Por qué las mujeres no cuestionan la soberanía masculina?” (El segundo sexo, Cátedra, 1949, p. 52). La mujer como Otra, que tanto fastidió a la humanista francesa, tuvo qué pelear con su oposición al “Uno” universal masculino a través de nuevas lectoras, de mentalidades cambiantes, de discursos rehechos, reaccionando paulatinamente a la pregunta misma: ¿existe un correlato? Al acudir al cuestionamiento, ¿existe un relato que es, se involucra y se expresa sin su otro? Cinco décadas después, Brewer aclamó: “La representación mimética de la realidad, la omnisciencia narrativa, la identidad, la tesis ideológica, la lógica de la causalidad, la trama, el espacio y el tiempo, en definitiva, la representación histórica” es lo que ensimisma y a la vez focaliza y engrandece la apreciación literaria de los textos escritos por mujeres. Son la soberanía femenina que Beauvoir tenía clara en su mente, abrumada por la necesidad de responder al hombre.
¿Por qué las mujeres no cuestionan la soberanía masculina?”
El mundo del siglo veintiuno, que por fin ha comenzado –la estructura de la civilización finisecular se ha completado con el proteccionismo comercial de la segunda revolución comunicativa, del Internet como una red, acompañado del suceso estructural de disrupción y cambio, el covid-19–, encuentra a la mujer en un espacio histórico tan significativo como en tránsito. En un mundo relativizado por la liquidez con que Zygmunt Bauman conceptualizó el interregno en el que vivimos –ese telón entre el capitalismo y el sistema que advendrá–, las regiones son sinónimo de mundo, las etnias son adjetivos connotativos y la sexualidad femenina es un universo. Mientras el mundo aprehende sus primeras vivencias con lo descentrado, la mujer camina pragmática en el acto de ser leída por y para las mujeres.
La Biblioteca de Escritoras Colombianas
Las bibliotecas estatales de literatura transforman el país. Lo sugestionan, para revisar sus propios reclamos, para percibir sus vahos invisibles, para escuchar sus voces perdidas. La juventud colmó los espacios literarios colombianos cuando personas como Juan Gustavo Cobo Borda encararon colecciones editoriales como la Biblioteca Básica en Colcultura y la Colección de Autores Nacionales, para que personas como Andrés Caicedo o Magil –Manuel Giraldo– le demostraran al país las claves simbólicas de la literatura contemporánea, rodeada de corrientes artísticas importadas verticalmente, alimentadas de ecos exteriores sólo en apariencia cosmopolitas, y –como ocurre con los eventos pasados por la libido– recreadas rizomática, horizontalmente, oferentes del caos de la urbe tropical. Entrado el nuevo siglo, la Biblioteca de Literatura Afrocolombiana rescató a Candelario Obeso, a Arnoldo Palacios y a Helcías Martán Góngora, entre otros, para iniciar desde 2010 un camino de negritudes que releen y resignifican el panorama vivido en el siglo XX literario nacional. Al propiciarlo, mimetizaron el sol playero y ribereño con la ululación de las semillas de las gaitas de chonta, explayando de letras las peregrinaciones raizales con las que, vivido y encarado el año de Manuel Zapata Olivella en 2020, dan razón de una literatura lejana al sentido estrictamente particular o étnico de su expresión, cercano a la sorpresa de un latinoamericanismo autóctono y propio, a un Alejo Carpentier patrio, perdido en los reclamos continentales de José Martí, Manuel González Prada o José Carlos Mariátegui. Las bibliotecas literarias estatales responden a las preguntas sociopolíticas de un país y abren autopistas literarias de patrias posibles, de patrias en plural, apropiadas por personas en estado de sugestión. Las únicas patrias posibles; en tanto árbol de la libertad, la patria literaria no es un tronco al que le salen más y más ramas, cuando representan ramas yertas del tronco, que se curvan para entrelazarse con la base.
Ha sido inaugurada, el 8 de marzo de 2022, en el marco del Día Internacional de la Mujer, la Biblioteca de Escritoras Colombianas, un proyecto de rescate literario del Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia. Fue cocinado desde 2020 por, entre otras, la escritora vallecaucana Pilar Quintana, que funge como coordinadora editorial. El objeto del marco referencial ha sido el de poner al servicio de las bibliotecas públicas –y por ende de los planes lectores y proyectos difusores– del país una colección de 18 títulos de autoras colombianas, en un período comprendido desde la Colonia hasta la segunda mitad del siglo XX. Lo rige un motivo esencial, el airear obras de escritoras que se encuentran “descatalogadas, olvidadas o borradas” del escenario editorial colombiano, por lo cual es un proyecto feminista guiado por el sentido patrimonial. Junto a María Orlanda Aristizábal, coordinadora del Grupo de Literatura y Libro de la Dirección de Artes del Ministerio de Cultura, Quintana se encontró frente a la Biblioteca de Literatura Afrocolombiana y pensaron entonces en la posibilidad de hacer una igual, pero dedicada a las mujeres escritoras del país. La idea caló hondo, conformando un equipo en el que participaron las investigadoras Natalia Mejía y María Antonia León, quienes emprendieron un exhaustivo proceso de estudio y revisión histórica. Conformaron un comité editorial de académicas, escritoras, críticas, libreras, traductoras y gestoras culturales para seleccionar a las autoras y títulos que integran el catálogo y, más adelante, se dieron a la tarea de gestionar los derechos de las obras para su publicación final. El proceso editorial tuvo por particularidad la división de la biblioteca en dos segmentos divulgativos: de los 18 títulos, 11 se pueden comprar en el mercado editorial. Esto quiere decir que siete están para descarga digital libre en la página Web de la Biblioteca Nacional, y los restantes participarán, durante dos años, del circuito editorial independiente colombiano, al ser libros gestionados en coedición con las entidades estatales, antes de ser liberados para descarga libre digital. La totalidad de quienes participan en la urdimbre de este proyecto corresponde a todas: mujeres editoras, gestoras, investigadoras, prologuistas, divulgadoras y traductoras, entre otros roles participantes, cuya exclusividad sexista lanza el mensaje de habitar el sentimiento feminista con que se lee la literatura actual.
Cubrir al país no significa cubrir a todo el país. Cubre un marco referencial de patrimonio inmaterial y figurativo, desde la óptica femenina. Bogotá, como capital, y la región andina, llegan junto a la Sierra Nevada del Cocuy, la costa Caribe, San Andrés Islas, el nororiente, el suroccidente, el eje cafetero y Medellín, la suma del país literario expuesto en la colección, en la que se hallan escritoras mestizas, negras, raizales e indígenas. Mujeres que sufrieron o vivieron sus épocas, a la sazón excluidas o privilegiadas, religiosas, laicas o ateas, amas de casa o profesionales, habientes o en condición de discapacidad. Madres o solteras, ortodoxas o rebeldes, la diversidad enunciativa de la colección es la de ser mujer en el plural discernible, cabe decir, en las distintas mujeres de la unidad expresiva de ser mujer. En preciso, la mujer colombiana que escribió, y cuyas obras se han preparado para una autopista de lectura preparada, editorialmente hablando. Cuentos, poesía, dramaturgia, crónicas, textos periodísticos, humorísticos, testimonio, autobiografía, novela. Los géneros congregados amplían las fronteras literarias, y el origen del proyecto resulta benigno porque cuestiona la aparición –si no de todas, a efectos de la invisibilidad editorial de las autoras elegidas– de obras que remiten a historias, a tiempos, a circunstancias de escritura y de producción nuevas, desde los nombres en sí a las obras objeto de intervención.
En el marco de la gira divulgativa de la colección, el 1º de septiembre de 2022 se realizó un conversatorio en la 20ª Feria del Libro de Bucaramanga, Ulibro, titulado: “La mujer que sabía demasiado de Silvia Galvis y Ángela y el diablo de Elisa Mújica”, contando con la presencia de Pilar Quintana, coordinadora de la colección, y Érika Z. Moreno, profesora del programa de Literatura de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB), bajo la moderación de Natalia Mejía, investigadora del equipo literario del Ministerio de Cultura. Si bien el conversatorio giró en torno a las dos autoras santandereanas, dado el espacio de divulgación en que se encontraba, Pilar Quintana se refirió a la curaduría en las siguientes palabras:
La primera conclusión a la que llegamos es que la Biblioteca de Escritoras Colombianas no iba ser un trabajo para curar la literatura de las mujeres actuales, sino que debía tener una vocación de rescate de las grandes autoras que habían sido muy destacadas en su momento, y cuyos libros no se conseguían. Hay una excepción, que es María Mercedes Carranza, que no está descatalogada, pero la pusimos porque su libro lo curó su hija Melibea, y fue una idea curiosa ante la que dijimos, adelante. No está Marvel Moreno, porque Marvel Moreno no esta descatalogada, porque no necesitamos rescatarla de nada. Teníamos la lista A, con las 18 autoras que deseábamos publicar, luego la lista B, la lista C y la lista D, pues había derechos que no podíamos negociar. Hubo algo muy afortunado que nos pasó: por un incidente con un heredero que se nos perdió, teníamos que meternos a imprenta, y metimos a una autora desconocida que no había sido propuesta por las académicas, por el comité editorial, por las gestoras culturales, por las lectoras ni por nadie, porque es absolutamente desconocida. La leímos, y decidimos que el país debía leer a esta señora, a la que ningunearon siempre. El hallazgo fue Emilia Ayarza.
Conversatorio: “La mujer que sabía demasiado de Silvia Galvis y Ángela y el diablo de Elisa Mújica”, Ulibro 2022.
De izquierda a derecha: Natalia Mejía, Érika Moreno y Pilar Quintana. Fuente: YouTube Ulibro (https://www.youtube.com/c/Ulibrounab).
Imprimiendo 2000 ejemplares por título, distribuidos y manejados por la Cancillería y los entes culturales de la nación involucrados, cada obra también se tira en versión digital libre, comenzando con un acceso de siete libros, a completarse con los dieciocho en un plazo de dos años, a cumplirse en 2024. Con el trabajo de edición de María Antonia León, asistido por oficios editoriales de transcripción y corrección textual y asistido por el diseño y diagramación de Tragaluz editores, junto a la producción editorial de Laguna Libros, la colección se alimenta de la rigurosidad industrial y la limpieza textual para poblar espacios.
Las autoras y los títulos de la colección son los siguientes:
N.o | Título | Género | Escritora | Divulgación | Descripción |
1 | Su vida | Autobiografía | Francisca Josefa de Castillo | Libre | Prólogo de Ángela Inés Robledo.
Francisca Josefa del Castillo (1671-1742, Tunja) fue una monja clarisa de origen español, pese a la oposición de su familia. A los 18 años ingresó al Real Convento de Santa Clara de Tunja y a los 23 años se ordenó como monja. Al parecer en 1713, por mandato del padre Diego de Tapia, comenzó a escribir una autobiografía, que, según el crítico Darío Achury Valenzuela, es la “minuciosa trama de su historia clínica y la sutil urdimbre de sus sueños, raptos, evasiones y delirios místicos”. |
2 | Una holandesa en América | Novela | Soledad Acosta de Samper | Libre | Prólogo de Carolina Alzate.
Soledad Acosta de Samper (1833-1913, Bogotá) escribió novelas, estudios historiográficos, biografías, obras de teatro y notas periodísticas y su obra es una de las más prolíficas del siglo XIX en Colombia. También fundó cinco revistas y fue editora y traductora. ‘Una holandesa en América’ fue publicada en 1876 por entregas en el periódico “La Ley” y publicada como libro en 1888. La novela cuestiona el rol de la mujer en la sociedad latinoamericana y le otorga espacios a los que no podían acceder; además aborda la inmigración europea, la vida de sus mujeres, los retos y contradicciones del proyecto de modernización, las guerras civiles. |
3 | Déjennos tranquilas | Textos periodísticos | Sofía Ospina de Navarro | Libre | Prólogo de Paloma Pérez Sastre.
Sofía Ospina de Navarro (1892-1974) fue una pionera en el periodismo colombiano y la primera mujer en Antioquia que se dedicó de lleno a este oficio. Como periodista colaboró con los diarios El Colombiano y El Espectador, y revistas como Vida, Raza, Letras Universitarias y Progreso, y también fundó y dirigió la revista femenina Letras y encajes. En su momento, el escritor y filósofo Fernando González dijo que la obra de Ospina “estará alto en las bibliotecas de quienes se sepan hijos del sol y de la tierra, juncos sembrados en el humus para florecer entre el cielo que cobija al Valle de Aburrá”. |
4 | Los hijos de ella | Obra de teatro | Amira de la Rosa | Coedición | Prólogo de Patricia Ariza.
Amira de la Rosa (1903-1974) fue el seudónimo que Amira Arrieta McGregor escogió para firmar como poetisa y dramaturga. Entre sus obras de teatro destacan ‘Madre Borrada’, ‘Piltrafa’, ‘Las viudas de Zacarías’ y ‘Los hijos de ella’. Algunas de estas se presentaron no solo en Colombia sino también en España y Venezuela. Es, además, autora de la compilación de cuentos ‘La luna con parasol’ y de la letra del himno de Barranquilla, escogida por concurso en 1942. |
5 | Autobiografía de una uña | Columnas | Emilia Pardo Umaña | Libre | Prólogo de Rosario del Castillo.
Emilia Pardo Umaña (1907-1961) fue una pionera del periodismo femenino en Colombia. Por treinta años fue columnista de opinión en los diarios El Espectador, El Tiempo, El Siglo y El Mercurio. En sus columnas abordaba con un particular tono de ironía los temas políticos. También se dedicó a otros géneros periodísticos como el perfil, la entrevista, el reportaje, la revista taurina, la crónica. |
6 | Mi Cristo negro | Novela | Teresa Martínez de Varela | Coedición | Prólogo de Yijhan Rentería Salazar.
Teresa Martínez de Varela (1913-1998), también conocida como Lisa de Andráfueda, fue una escritora, poetisa y maestra y una de las primeras afrocolombianas en publicar obras literarias. En 1983 publicó ‘Mi Cristo negro’ después de la ejecución del poeta Manuel Saturio Valencia, el último colombiano ejecutado por pena de muerte. |
7 | Ángela y el diablo | Cuentos | Elisa Mújica | Libre | Prólogo de Lina Alonso Castillo.
Elisa Mújica (1918-2003) fue una escritora colombiana que en su obra, compuesta de novelas, relatos y cuentos infantiles, se caracteriza por la reivindicación de ser mujer en la sociedad colombiana en el siglo XX. Estuvo relacionado con el Grupo Bachué y con figuras artísticas como Ramón Barba, Hanna Rodríguez, Gonzalo Ariza y Carolina Cárdenas. Además, trabajó publicando comentarios y reseñas de libros en el periódico El Tiempo y El Espectador. |
8 | Acá empieza el fuego | Poemas | Emilia Ayarza | Coedición | Prólogo de Camila Charry Noriega.
Emilia Ayarza (1919 – 1966) fue una escritora, poetisa y columnista colombiana, reconocida por su poesía y su interés en la equidad social y la culturización de las mujeres y fue colaboradora de la Revista Mito en la década de 1950. Maruja Vieira, escritora y colega de Emilia, escribió en 1947 en El Tiempo: “la poesía de Emilia Ayarza de Herrera, cuando abandona el acento suave y tierno con que mece la cuna blanca del hijo, es fuerte, vital. De una cercana raíz de piedra y cielo, le vienen imágenes atrevidas, bellas en ocasiones y otras veces en peligroso equilibrio entre la originalidad y la exageración”. |
9 | Ninguna voz repetirá la mía | Poemas | Meira Delmar | Coedición | Prólogo de María Antonia León.
Meira Delmar (1922 – 2009) fue una poetisa barranquillera y miembro también de la Academia Colombiana de la Lengua. Sus primeros poemas son de cuando tenía 11 años y estuvo influida por las poetisas latinoamericanas Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Delmira Agustini y Alfonsina Storni. En su poesía aborda el amor, la tristeza, la muerte y el olvido desde una perspectiva feminista. |
10 | El nombre de antes | Poemas | Maruja Vieira | Coedición | Prólogo de Adriana Villegas Botero.
María Vieira White (1922) es una poetisa, ensayista, periodista, catedrática y relacionista pública nacida en Manizales, que ha vivido en Bogotá durante la mayor parte de su vida. Es miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española. Inició su carrera literaria en 1946 con la publicación de sus primeros poemas en el suplemento literario de El Tiempo. |
11 | Mi capitán Fabián Sicachá | Novela | Flor Romero de Nohra | Coedición | Prólogo de Aleyda Gutiérrez Mavesoy.
Flor Romero (1933-2018) fue una escritora y periodista nacida en Guaduas, Cundinamarca. Estudió periodismo en la Universidad Javeriana y comenzó su carrera como reportera para El Espectador donde llegó a dirigir la sección infantil. También fundó en 1960 la revista Mujer, dedicada a las mujeres y a sus logros en la sociedad. En ‘Mi capitán Fabián Sicachá’ la autora nos da a conocer las vidas del Capitán Sicachá, un guerrillero, y de Cleo, una maestra que un día se enamora de él. |
12 | La m de las moscas | Cuentos | Helena Araújo | Coedición | Prólogo de Natalia Mejía.
Helena Araújo Ortiz (1934-2015) fue una escritora y crítica literaria feminista colombiana, pionera en la investigación sobre literatura escrita por mujeres hispanoamericanas, sobre lo que publicó numerosos artículos, ensayos y reseñas. Comenzó a escribir muy joven y a los 15 años compuso una colección de poemas en inglés titulada Misfit (Desadaptada) que no fue publicada. En 1979 publicó su primer compilado de relatos titulado ‘La M de las moscas’, en los que describe el panorama de una ciudad muy parecida a Bogotá en donde aparece una extraña invasión de moscas que le permite reflexionar sobre el actuar humano. |
13 | Sail Ahoy!!! (¡Vela a la vista!) | Novela | Hazel Robinson Abrahams | Libre | Prólogo de Adriana Rosas.
Hazel Robinson (1935) es una escritora y periodista nacida en San Andrés, en 1959 publicó unas treinta crónicas sobre el archipiélago en El Espectador. Su primera novela fue ‘No Give Up, maan!’, publicada en 2002 y según la autora, su intención de narrar el pasado ignorado de las islas. En ‘Sail Ahoy!!! ¡Vela a la vista!’ se narra el romance entre la hermana María José, una católica procedente del continente, con un isleño protestante Henley a comienzos del siglo XX, cuando las embarcaciones de propiedad de capitanes sanandresanos y providéncianos recorrían la región, comerciando principalmente productos agrícolas cultivados localmente como naranjas y cocos. |
14 | Dos veces Alicia | Novela | Albalucía Ángel | Libre | Prólogo de Alejandra Jaramillo Morales e Ivonne Alonso Mondragón.
Albalucía Ángel Marulanda (1939) es una escritora docente, investigadora y conferencista nacida en Pereira, que comenzó su carrera literaria como crítica de arte y de cine, además de ejercer el periodismo publicando numerosos artículos para periódicos y revistas como Diario del Caribe, La nueva prensa y El Espectador. Durante la década de los 80 se dedicó a brindar conferencias internacionales de literatura centradas en temas feministas. |
15 | Tengo los pies en la cabeza | Novela | Berichá (Esperanza Aguablanca) | Coedición | Prólogo de Adriana Campos Umbarila.
Berichá (Esperanza Aguablanca) es una Indígena uwa. En 1992 publicó ‘Tengo los pies en la cabeza’, un texto donde, según la Revista Literariedad, “combina historia personal y colectiva, así como recopilaciones y apreciaciones que aproximan la obra a una especie de «autoetnografía» y «autobiografía»”. En 1993 ganó el Premio Cafam a la mujer del año por su labor entre los uwa. También recibió reconocimiento en Honor al Mérito Cultural de la Alcaldía Mayor de Bogotá y en Cúcuta la Gobernación de Norte de Santander le otorgó la condecoración José Eusebio Caro en grado Extraordinario a la Mujer del año. |
16 | El oficio de vivir | Poemas | María Mercedes Carranza | Coedición | Prólogo y compilación de su hija Melibea.
María Mercedes Carranza (1945-2003) fue poetisa y periodista, también integró la bancada de la ADM-19 en la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, que dio a Colombia la Constitución de 1991. En 1986 fundó la Casa de Poesía Silva en Bogotá y dirigió hasta su muerte, y desde allí se dedicó a apoyar la producción poética con recitales, talleres, premios, y una biblioteca y revista especializadas. Para la crítica Lucía Tono, el “efecto lúdico e irónico” de la poesía de Carranza puede leerse como testimonio de lo que significó ser mujer en la Colombia del siglo XX. |
17 | La mujer que sabía demasiado | Novela | Silvia Galvis | Coedición | Prólogo de Luz Mary Giraldo.
Silvia Galvis Ramírez (1945-2009) fue una periodista, politóloga y escritora colombiana. En 1989 asumió la dirección del periódico Vanguardia Liberal después de un atentado terrorista contra el medio de comunicación, y fue la creadora de la Unidad Investigativa del periódico. También fue columnista de El Espectador y de la revista Cambio. ‘La mujer que sabía demasiado’ narra la historia de la investigación del homicidio de Diana Barragán de Saldarriaga, apodada la rubia teñida, rematada a tiros por tres sicarios en un apartamento del norte de Bogotá cuando contaba 46 años de edad. |
18 | Mido mi cuarta y me paro en ella | Cuentos | Amalialú Posso Figueroa | Coedición | Prólogo de Velia Vidal.
Amalia Lucía Posso Figueroa (1947) es una escritora, cuentera, psicoterapeuta y docente que se ha dedicado a mostrar la tradición oral del litoral pacífico y de la mujer afrodescendiente, a través de la literatura y la narración oral. La autora ha explorado la poesía, el folclor, la música, el ritmo, la sensualidad y la vitalidad de la región, a pesar de ser uno de los lugares más afectados por la violencia del país. En sus palabras, “al pasar de esa memoria oral a la literatura advertí que podía reivindicar las cosas que todavía me tocan”. |
Elisa Mújica y Silvia Galvis
Si existieron, las vidas de Elisa Mújica y Silvia Galvis justificaron su existencia. Elisa Mújica creció en un entorno intrépido, llegando a participar de un escenario divulgativo pleno de protagonismo en El Espectador a mediados de siglo XX, en tiempos de la emergencia de Gabriel García Márquez o el dominio de las lides narrativas de Jesús Zárate Moreno. Escribió y educó, dio lugar a relaciones sociales de la región a la capital, y falleció llena de vida. Sin embargo, su literatura, amén a las ediciones con las que hizo posible su historia de transmisión textual, sufrió del efecto del agotamiento temprano de la ejemplaridad material de sus libros. Tuvo que pasar un tiempo para que, de manos de Monserrat Ordóñez, Sonia Nadhezda Truque y otras investigadoras, desde la década de los noventa reverdeciera lentamente la visibilidad autoral, falleciendo en medio de un proceso de divulgación recargado por la atención que ha despertado en mujeres profesionales en estudios literarios y en escritoras vigentes, como Pilar Quintana, quien la integró a un circuito de divulgación masivo en la actualidad con la reedición de su novela Catalina para Alfaguara, con su prólogo, en 2019. Su voz es precisa y diciente, de una intensidad interior que expulsa fibras de humanidad al filo de la herida de sus lectores, sean quienes sean.
Bogotá de las nubes, novela de 1984, fue reeditada por la Secretaría de Recreación, Cultura y Deporte de la Alcaldía Mayor de Bogotá como libro abierto de la colección distrital de Bibliored, en 2014. Catalina, su novela ejemplar, quizás la gran novela bumanguesa, cuya edición príncipe tiró Aguilar en Madrid, en 1963, tras recibir el premio literario Esso 1962, fue reeditada en 2015 por la Biblioteca Nacional, a través de la biblioteca departamental Julio Pérez Ferrero de Cúcuta, como recurso en línea de la biblioteca virtual Lecturas del Gran Santander. Las altas torres del humo fue una antología de cuento que Elisa Mújica publicó en 1985 haciendo uso de la cualidad clásica de los escritores previos a la modernidad, que era la de re/crear las historias orales o trashumantes a partir de geografías vívidas, humanas o físicas, y tal ejercicio etnográfico de creación literaria fue considerado patrimonio dentro de la Biblioteca Básica de Cultura Colombiana, siendo el título 112 del fondo, publicado por la Biblioteca Nacional y el Ministerio de Cultura en 2018. Ángela y el diablo, el libro de cuentos con el que Elisa Mújica condensó un tiempo de escritura a tiempo y forma periódica en 1953, es el título con el que la Biblioteca de Escritoras Colombianas ha querido enaltecer su obra, permitiendo la relectura de un libro redondo de un género literario pródigo en su expresión, pródigo en su tiempo, imprimiéndolo en 2021 y divulgándolo en 2022 con un prólogo mesurado de Lina Alonso y las ilustraciones de Lucy Tejada. Posiblemente la lectura extendida, diversa y dinámica de la sensibilidad con que el pensamiento de Catalina Aguirre ha quedado blandido en una sociedad rodeada por Mil Días de guerra y la obsesión masculina de estarlo en su novela ejemplar. Esta vez repartido en historias autónomas, en mujeres nuevas, en cuentos leídos en periódicos y revistas de otro momento histórico, aquel que será siempre un presente literario y, enhorabuena, disponible.
Silvia Galvis fue una trotamundos de las letras. Su ferocidad como periodista, su compromiso como gestora de rotativas y grupos de investigación periodística, su capacidad de movimiento y su mirada aguda, recorrieron su vida con el nivel de energía capaz de solazar la vida como un muñequito alimentado por baterías, a toda máquina para quedar sin energía de repente. Agotada, diluida muy joven en el torrente energético de la actividad, Silvia Galvis contó con el donaire de la celebridad propia y ajena, de la representatividad laboral y la responsabilidad social con su entorno. Las posibles razones para que su literatura, en tanto ficciones y usos específicos de una voz, dividiera sus aguas en dos frentes poco equidistantes en su visibilidad, como lo fue su faceta periodística de su faceta literaria, como escritora de ficciones. Entonces, la memoria férrea de Alberto Donadío y de su familia, junto con la apertura de espacios divulgativos, como Sílaba Editorial y el deseo de exponer su vida y sobra de Lucía Donadío, despertaron lentamente para provocar lecturas que se ganan su peso con el paso del tiempo, de manera firme. Su voz es dominante, irónica por pletórica y perspicaz en tanto sinuosa, capaz de un mentado que salta del texto a la materia gris de los grandes proyectos intelectuales.
La autora de la novela Sabor a mí (1995) y de la sorprendente dramaturgia De la caída de un ángel puro por culpa de un beso apasionado (1997), utilizó sus dotes de jefe de una Unidad Investigativa y directora del periódico Vanguardia Liberal en tiempos de atentados terroristas contra la prensa, como ocurría en 1989, para escribir una obra sinuosa y crítica desde la ficción. La mujer que sabía demasiado fue su novela del narcotráfico, un thriller desarrollado como mecanismo literario para resarcir una realidad cuyo trasfondo ocurrió, pero cuyo relato escoge la ficción para resolver el crimen de una mujer, una monita retrechera, una rubia teñida que cae asesinada en su apartamento bogotano bajo el rótulo público de un vínculo con la mafia. El rótulo lo pone “el presidente de la república”, por correspondencia Ernesto Samper, en una obra cuyo protagonista, Bruno Molano, es un fiscal empecinado en resolver un crimen con la ambición de escribir una novela policíaca. Eso que es esta, la novela de Silvia Galvis, una novela de muñeca rusa, con novelas dentro de la novela, tejiendo una crítica sincera cuya primera edición, dada por Planeta en 2006, fue censurada por el uso de nombres, descripciones, referencias y parlamentos demasiado cercanos a la vida real. Por ello, la reedición de la novela es un trabajo de restitución de la voluntad final de la autora, superando a la edición príncipe en tanto, al salir en la Biblioteca de Escritoras Colombianas en 2021, sale a la luz por primera vez sin censura. La versión original de la novela, custodiada en silencio por Alberto Donadío, sale a la luz para gritar con la fuerza abrumadora de su autora. Divulgada en coedición con Sílaba Editores, será distribuida en exclusivo por la editorial medellinense hasta el 2024, cuando aparezca en el formato libre de distribución digital. Tal y como desacralizó al general Gustavo Rojas Pinilla con El jefe supremo (1988), escrito junto a Donadío, La mujer que sabía demasiado desmonta y, en agregado, deposita una daga en el lienzo de silencio con que se recubren miles de vidas cotidianas en un país ataviado por la persecución, por la sensación compartida de la culpa. Alberto Donadío, su esposo y albacea, ha confesado: “Los personajes de este libro parecen ficticios. Cualquier parecido con la realidad colombiana no es una coincidencia sino una vergüenza nacional”.
La prodigalidad de Elisa y el poder de mentar de Silvia, por apenas enaltecer las cualidades de las dos autoras santandereanas, son un motivo literario para, junto con las autoras contenidas en la Biblioteca de Escritoras Colombianas, leer a las mujeres colombianas. A las que han escrito y, cuánto más importante, a las que han vivido, sobreviviendo en el cuerpo de su propia feminidad. Residen ahora en otro cuerpo, que también es suyo, y de todos quienes se acerquen al nuevo cuerpo femenino: los libros que se divulgan libres. El vientre, la mente, la mirada, las lágrimas, el silencio, la ira, el habla, el parto, la maternidad, la soledad, la vida, la embriaguez, el abandono, la persistencia, el legado…; la mujer, leyendo la singularidad creada por otras mujeres, compartiendo la capacidad de ser Otra. Otra, con mayúscula inicial, con el respeto por las mujeres, por quienes lo son, y que podremos observar al entrar en contacto con esa otra realidad, la otra perspectiva, con la tradición otra, íntegra. Como ha ocurrido con las bibliotecas estatales de literatura, lo que comienza como un sesgo, casi como una intención liminar, se convierte en los brazos con los que la realidad y sus depósitos inmateriales se agarran al tronco del arte del que salen, arraigando las violencias y las maravillas en los destellos imperecederos de la ficción. A la cual pertenecen, cuya lectura abre mundos, porque mundos son.
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