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Si saliera bien la cosecha que dejó sembrada Gustavo Petro en su primera semana de gobierno, a lo largo de su período constitucional vamos a tener por lo menos dos reformas tributarias que, sumadas, recauden cincuenta billones de pesos, es decir, tendríamos los recursos para gran cantidad de la inversión social atrasada hace centurias; tendríamos unas Fuerzas Militares y de Policía educadas, respetuosas de los derechos humanos, volcadas sobre el trabajo comunitario y reconciliadas con la ciudadanía, sin reclutamiento obligatorio; tendríamos concluidos los diálogos y firmados los Acuerdos de Paz con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la última guerrilla formal (aunque bastante untada de narco) que queda en Colombia; tendríamos también un nuevo sistema electoral, ojalá moderno y mucho más confiable que el que estuvo a punto de zozobrar, sobre todo con los comicios de congreso en marzo pasado.

 

Petro sabe que cuatro años es un suspiro para hacer una gestión de lujo, que permita que la izquierda pueda hacer diferencia con los doscientos años de alternancia liberal-conservadora-mafiosa que nos ha regido sin descanso y nos ha explotado sin piedad. Si en 2026 tenemos un país claramente mejor que esta desgracia generalizada que tenemos hoy, se habrá abierto un portalón por el que seguirán pasando las reivindicaciones sociales, con nuevos gobiernos progresistas. La caverna deberá recular, ojalá por el tiempo suficiente, para que sus colmillos se despunten y se sofoque la sed de sangre que los alimenta y enloquece.

 

Si el presidente Petro y la fuerza ciudadana que lo eligió y lo respalda se mantiene en sus principios, si se impone el progresismo, que permite crecer, y no el petrismo, que nos puede reducir a una secta como el uribismo, podremos desterrar la amenaza, la violencia y la muerte que han sido parte del macabro método durante estos ignominiosos siglos de dominación, y cambiarlos por equidad, respeto, progreso, humanitarismo, dignidad.

 

Lo previsible, entonces, es que Petro siga bajando una a una todas sus cartas sobre la mesa, la reforma agraria, la gigantesca reforma a la educación, el programa para pasar al país a las energías limpias, junto con el gigantesco proyecto ambiental, los otros frentes de conflicto que nos lleven a la paz total. Es un proceso de máximo esfuerzo, que no admite descanso, una peripecia tecnocrática e ideológica que nos pueda rescatar del oscuro siglo diecinueve para ponernos, por fin, en la modernidad, la decencia, la equidad y el progreso. En un país de todos, para todos, donde se pueda vivir sabroso.

 

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