A una pregunta en una entrevista periodística, en 1984, cuando apenas comenzaban a andar tanto la Unión Patriótica como el genocidio con el que los eternos detentadores del poder iban a cobrarles que les invadieran sus privilegios ‘democráticos ‘, uno de los líderes de esa vapuleada izquierda de entonces, dejó ver que sus enemigos no sólo los mataron con la muerte, sino que también los mataron con la vida, al hacerlos pasar por infiernos para calcinarles el alma. Hacía poco, a este abogado de causas humanitarias, aguerrido, corpulento, pero también sensible y fraterno, le habían llamado por teléfono a su oficina para informarle, con voces a la vez aterrorizadas y solidarias, que su pequeña hija, al salir del colegio, habia sido atropellada y yacia en una esquina cuya direccion le informacion. El hombre, muerto en vida, incapaz de sentir más dolor, recorrió las pocas calles eternas que fueron necesarias hasta llegar al sitio anunciado, donde vio que la vida transcurría en el mismo letargo sofocado del mediodía de todos los días. Llamó a su casa y concedió que su pequeña almorzaba a esa hora, con buen apetito y sin un solo rasguño. Los registros oficiales sobre la Unión Patriótica, al final de esa matazón sin nombre –¿exterminio?, ¿genocidio?, ¿aniquilación?, ¿holocausto?–, dan cuenta del número de muertos, seis mil en una operación lenta y cobarde que les demandó veinte años. Pero pocas veces esas cuentas llegan al detalle de reportar a los que, también muertos, caminan por las calles, los que fueron amenazados, o escarnecidos, o calumniados, o anulados, o empobrecidos hasta llagarse; los que vieron caer todo a su alrededor, sus hijos, sus padres, sus compañeros, sus amigos y se quedaron hablándole al vacío, con los sueños descuartizados, ilegibles, olvidados. Sin embargo, hoy la Unión Patriótica está en el poder, pues con su aval y el de Colombia Humana, Gustavo Petro pudo entrar en la carrera que le dio la presidencia. Detrás de Bernardo Jaramillo y Jaime Pardo Leal, más de seis mil muertes se reivindicaron no sólo con la victoria de Petro, sino con la condena mundial que recientemente hizo la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que responsabilizó al Estado por esta matanza infame. Aunque allí deben contarse también los otros miles que apenas quedaron vivos luego de que la violencia los llevaron hacia un fatal viaje al fondo del mal, a la esquina donde la que iba a estar para siempre muerta no sería su hija, pero sí su alma.
CIUDAD, MEDIO AMBIENTE Y TERRITORIO