“El cambio significa que llegó el gobierno de la esperanza”

La firma del Acuerdo de Paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC-EP, dada en el Centro de Convenciones de Cartagena el 26 de septiembre de 2016, y la posterior entrega de armas de miles de guerrilleros, abrieron el camino hacia la paz. El desfile de camiones y de canoas cargados de milicianos insurgentes dispuestos a entregar las armas y camino hacia la vida civil, abrieron la posibilidad de pensar una Colombia distinta. Vino el plebiscito, cuya votación privilegió el rechazo de los acuerdos suscritos con el 50.21 % del No, contra el Sí del 49.79 %, y se demostró lo tortuoso que iba a ser el desarrollo del Acuerdo. Seis días después, el presidente Santos recibió el espaldarazo internacional al otorgársele el Premio Nobel de Paz. Ajustados algunos puntos del documento, tramitados ante el Congreso de la República, el 24 de noviembre de 2016 se produjo la firma del denominado Acuerdo para la Terminación Definitiva del Conflicto, en el Teatro Colón de Bogotá. Entre la sorpresa y el estupor, entre la esperanza y la incertidumbre, los acuerdos entraron en vigor desde la fecha.

La presidencia de Iván Duque Márquez, secundada por el vigor que había tomado la figura del expresidente Álvaro Uribe Vélez con los resultados del plebiscito, fue oficialmente elegida con un 53.98 % de los votos en la segunda ronda electoral de 2018, con lo cual la Gran Alianza por Colombia del Centro Democrático venció al proyecto de la Colombia Humana del candidato Gustavo Petro Urrego. Uno de los motetes que dejó la campaña electoral, dejó latente la idea de que el presidente electo haría trizas la paz de Santos. El gobierno entrante tomaba por propio el derecho de obstrucción a la paz, proveído por los resultados del plebiscito y por las críticas que cayeron sobre la firma rauda del acuerdo final, tramitada sin una segunda consulta popular. Pero detrás, traía consigo las dificultades de haber celebrado una tratativa seria, en un periplo de diálogos oficiales dados entre el 4 de septiembre de 2012 y el 24 de agosto de 2016, para terminar en una firma urgente del acuerdo sin una campaña de socialización y otra educativa acordes a la planificación realizada. A pesar del panorama, y gracias a la presión ejercida a nivel internacional, en cuatro años de gobierno se lograron mantener vivos algunos propósitos esenciales que fueron parte del Acuerdo, siendo la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición (CEV) y la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) las instituciones que lograron consolidar un trabajo en beneficio de las víctimas, la verdad y la paz duradera.

La elección de Gustavo Petro en 2022, dada en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales con un 50.44 % de los votos contra el 47.31 % del candidato Rodolfo Hernández, y la pugna final entre figuras que representaron iniciativas deliberadas de cambio en la forma de la administración nacional, como lo fueron el programa de la coalición del Pacto Histórico y también las proclamas de la Liga de Gobernantes Anticorrupción, afirmaron la presencia de una Colombia distinta en el presente nacional, a la que quizá se le presentó un traspiés en el camino en 2018. Petro, como presidente, y Francia Márquez como vicepresidenta, depararon el cambio de mando nacional el 19 de junio. Nueve días después, el 28 de junio, la Comisión de la Verdad hizo entrega del informe final de su gestión, que había iniciado el 7 de abril de 2017, bajo el título de Hay futuro, si hay verdad.  Los dos eventos marcan dos hechos históricos fundamentales para la construcción de un país incluyente, que advierte un futuro para vivir en paz. Con Petro y Francia, una parte fundamental del país recobra la esperanza, y con el informe de la Comisión de la Verdad se visibiliza a las víctimas de la Colombia histórica y profunda, olvidada y expuesta a la barbarie, poniendo en la esfera pública –y la emocional– el rastro de los miles de muertos y desaparecidos del conflicto armado en el escenario nacional, convulso y de actores diversos que vivió la Colombia posterior al Bogotazo del 9 de abril de 1948.

Más de nueve millones de colombianos, víctimas del conflicto, desalojados y despojados de sus tierras, viven en el presente en medio de la pobreza, en las zonas urbanas de esa Colombia que los desconoció. Campesinos, indígenas, afros, familias que vivieron labrando la vida en tierras productivas, lejos de la civilización urbana, han sobrevivido en medio de la pobreza y la miseria, y los virajes del presente saben al llamado a la hora de reconocer lo lejos de ellos que ha caminado el sentido de la esperanza y las oportunidades. En el informe del organismo nacional de la verdad, presidido por el padre Francisco de Roux, se nos narra a los ciudadanos la siguiente experiencia: “La escucha de las víctimas nos ha sacudido brutalmente: ante las kilométricas filas de niños y niñas llevados a la guerra; la procesión interminable de buscadoras de compañeros e hijos desaparecidos; la multitud de jóvenes asesinados en ejecuciones extrajudiciales; las fosas comunes y cadáveres de muchachos y muchachas rurales desperdigados en las montañas, muchos de ellos indígenas y afros que fueron llevados como guerrilleros o paramilitares o como soldados y murieron sin saber por quién peleaban”. La primera transferencia de la verdad violenta de Colombia, arroja la estupefacción de constatar un horror y un conflicto que, especialmente las víctimas, reconocen como impropio, que no les perteneció.

Por ello se habla de una Colombia profunda, de una nación sobreviviente en los subterfugios del establecimiento. Esa nación ha emergido lentamente gracias a la paz, y acompañada por el cuerpo de jóvenes ciudadanos, de colectivos minoritarios, de votantes llamados a la sensatez y de políticos llevados al pensamiento de la paz. Aquella nación habló y creyó en la democracia, depositó y refrendó una intención nacional con su voto. Esa nación salió, caminó kilómetros de trochas para sembrar la esperanza con una equis sobre el tarjetón. Canoas repletas, buses con los colores de la vida, todos juntos, convencidos de que era su oportunidad, salieron y lo lograron. La música y sus colores parecen conformar esa Colombia diversa. Los “nadies”, como alguna vez Eduardo Galeano denominó a los hijos de nadie y los dueños de nada, aquellos que Francia Márquez reenfocó en la campaña electoral hacia su lucha por dar voz a los ninguneados de la política nacional, a los habitantes de la prensa roja del escritor uruguayo, salieron para ser alguien. La juventud, que se levantó indignada contra un gobierno que los ignoró y los reprimió mayormente con violencia, salió también. Ellos fueron el voto sobre el voto, la piedra sobre otra piedra sobre las que ahora, en el marco de un pacto histórico, un proyecto político camina triunfante hacia un sendero histórico de representación oficial. Un triunfo electoral que inundó de alegría a esa Colombia profunda. Millones de hombres y mujeres vieron en el voto la última oportunidad para salir de las garras de la violencia y la corrupción, y así deshabitar una sociedad que pide a gritos dejar de reclamar un cambio de rumbo, para ser el cambio y tener un rumbo. Para que la equidad, el respeto a la vida y a la naturaleza sean la prioridad en un Estado Social de Derecho.

“El cambio significa que llegó el gobierno de la esperanza”. Palabras de Gustavo Petro que definen su compromiso con la Colombia diversa. Sus primeras acciones tienen que ver con el nombramiento de sus ministros, hombres y mujeres con excelentes perfiles académicos y humanos. Así mismo, invita a sus detractores a vincularse a un diálogo nacional, a concertar y discutir los cambios que necesita el país. La firmeza con que se expone la paz política es un paso más hacia la construcción de una paz definitiva. Invita igualmente a las regiones a repensar sus territorios y concertar alternativas que permitan mejorar sus condiciones de vida. El Plan Nacional de Desarrollo debe ser un plan incluyente, donde esté representada esa Colombia diversa y aquella Colombia maravillosa.

 

 

 

“El cambio significa que llegó el gobierno de la esperanza”.

 

 

 

 

Quienes acompañamos la propuesta del Pacto Histórico no podemos caer en el radicalismo y el caudillismo que llevó al Centro Democrático a la patología del fanatismo, que todo lo tergiversa, lo vicia y lo destruye. El presidente Petro necesita acompañamiento consciente, serio, incluso crítico, para desarrollar un gobierno que en cuatro años asegure la continuidad en un nuevo mandatario que, para bien de la nación, consolide una noción de país productivo, moderno, ambientalista y equitativo, que es el mandato que acaba de entregarse voluminosa y contundentemente en las urnas.

Al publicar un tuit a las 5:25 de la tarde del 19 de junio de 2022, Iván Duque pareció por primera ocasión hablar a los colombianos como presidente, anteponiendo el país al publicar: “Llamé a @PetroGustavo para felicitarlo como presidente electo de los colombianos. Acordamos reunirnos en los próximos días para iniciar una transición armónica, institucional y transparente”. En la reunión, días después, Petro reconoció como un gesto presidencial el que Duque realizara la ceremonia privada en la que la espada de Bolívar, expuesta en un salón de la Casa de Nariño, sirviera de guiño a la consideración del candidato electo como el oferente de la espada del pueblo, símbolo con que el M-19 la acuñó al hurtarla y posteriormente entregarla durante los acuerdos de paz de Virgilio Barco, en 1990. Aquellos que allanaron el camino para que uno de sus sobrevivientes, como algún periodista reconoció a Petro dentro del entramado de la Colombia histórica, ocupe en democracia el solio del dueño de la espada.

 

Mientras avanza el proceso de construcción del equipo de gobierno y se convoca a la unidad por el pacto político, el presidente que se va el 7 de agosto continúa, sin embargo, con su acción depredadora de los recursos públicos y, en especial, los correspondientes a la paz.  Cada día, de los últimos que le quedan, salen a la luz pública actuaciones del mandatario que transmiten vergüenza. Pero a los años le quedan días. Terminan cuatro años de una historia negra, pedante y displicente, donde la violencia, la corrupción y el narcotráfico dejan una huella de lo que fue el peor gobierno en más de doscientos años de vida republicana.

 

Pero a los años le quedan días. Los días que iniciarán un camino de cuatro años. Uno para perder el miedo y recuperar la esperanza colectiva. Uno para sentir en la piel el aire fresco de un nuevo amanecer. Convencidos de que los sueños se recuperan, de que la unión hace país, que la representación política es un territorio de oportunidades donde se respetan la vida humana y la naturaleza.

Director Revista Encuentros

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