Cuando se elige la desgracia

Así nos preparemos para lo peor, nunca estaremos listos para soportar lo que viene en los próximos cuatro meses, cuando, de entre la pestilencia que se viene percibiendo sutilmente, salgan los más ácidos humores y por todas las rendijas se cuelen los efluvios geniales de candidatos y publicistas, muchos de los cuales no son ni una cosa ni otra de las campañas políticas que están por comenzar y que, sin duda, aportarán una carga enorme de veneno al ya enrarecido ambiente de los medios de comunicación y las redes sociales de este país achacoso y turuleto.

 

En lo que va de este siglo, Bucaramanga ha elegido mal una y otra vez, desde Iván Moreno Rojas, un corrupto desaforado que instaló a Honorio Galvis, un incompetente confirmado; o las ruinosas administraciones de Fernando Vargas y Luis Francisco Bohórquez, para rematar en la inoperancia, la vulgaridad y la vergüenza que significó el paso de Rodolfo Hernández por la alcaldía, quien, para elevar aún más el nivel de destrozo, heredó el poder a un hombre que está pasando por la historia de la ciudad sin siquiera rozarla. El rastro de este siglo es el de alcaldes juzgados, condenados, destituidos, encarcelados, figurines inoperantes que arrasaron el erario, ultrajaron la decencia y arrastraron por el fango la dignidad del cargo.

 

Por eso, por votar mal, por elegir a delincuentes, ladinos, mediocres, ambiciosos, patanes, inmorales, es que hoy tenemos una ciudad en donde atracan casa por casa, mesa por mesa, donde las vías son el campo de batalla de toda clase de piratas, surgidos de la incapacidad de quienes montaron un sistema de transporte que fracasó desde antes de empezar a operar.

 

Pero también tenemos una ciudad tomada por bandas del microtráfico, en la que el sicariato ya no sorprende; tenemos una ciudad en la que la desigualdad crece a pasos de jirafa por la falta de oportunidades para los pobres, los desempleados, los inmigrantes; una ciudad cada vez menos solidaria y más salvaje, en la que se ufanan de linchar a los delincuentes, en la que matan a un menor por no regalar un cigarrillo, en la que un niño de siete años es abusado sexualmente por sus propios compañeros de clase; una ciudad despiadada, desquiciada. No queda ninguna ciudad bonita, ni cordial, ni amable, ni un carajo. Si elegimos alcaldes inútiles y venales, no podemos tener una ciudad que prospere, ni siquiera vamos a tener una ciudad que sobreviva.

 

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