Los vecinos de Galerías en Bogotá, con sincero afecto, les dicen “los Venecos” a un matrimonio que en una vieja camioneta Chevrolet recorre el barrio vendiendo frutas frescas. En realidad la venezolana es ella, migró desde Maracaibo, él es nortesantandereano, según me contó en tono de secreto, excombatiente de las FARC, desmovilizado de un comando que combatía en Sardinata. Se mueven con su hijita de cuatro años porque permanecen más en el trabajo que en la casa. La camioneta es la base de su emprendimiento: los fines de semana viajan a pueblos de Tolima y Cundinamarca, llevan ropa, zapatos y otros cachivaches que venden a almacenes y se devuelven a Bogotá con frutas que les compran directamente a los campesinos. Les va bien, y ahora que ya están legales, con lo que ahorran aspiran a comprarse una casita.
En los barrios de la localidad Teusaquillo también ya son reconocidos cuatro músicos, migrantes desde Caracas que se presentan con ironía como “Los inMaduros”, el cuarteto de saxofón, piano, timbal y cantante que todas las tardes escoge al azar un edificio de apartamentos y desde el andén interpreta temas clásicos de la Fania, con tal sabor que no faltan los melómanos que se paren a escucharlo y apoyarlos con cualquier billete. Antes de la pandemia integraban la banda del gran percusionista, también venezolano, Pibo Márquez, él en la emergencia, por su prestigio, lo llamaron para grabaciones aquí y en México; en cambio a “Los InMaduros” sí les tocó chisguear en las calles por su cuenta y riesgo, pero no se quejan, sacan el diario y, además, saben que en mejores tiempos van a poder vivir bien de su música en Colombia. Dos de ellos ya están casados con colombianas.
El grupo de títeres El Colibrí, fundado por el gran juguetero Humberto Rivas, ya fallecido, ahora asumido por su hija Jica con su esposo, damnificados por la crisis económica en la República Bolivariana de Venezuela debieron cerrar la hermosa sede en Mérida y aventurarse por otros países de Latinoamérica con más oportunidades que en su país. Estuvieron en Colombia antes de la pandemia, actuaron en teatros y colegios y vendieron sus maravillosos juguetes animados hechos en madera, verdaderas obras de arte e ingenio lúdico que sin duda influenciaron el ingenio de creadores colombianos.
Hace rato conozco al economista Juan Alfredo Álvarez, experto en economías solidarias que desde su docencia en la Universidad Javeriana instauró la cátedra de cooperativismo y, como alto directivo del CIRIEC-Colombia (del francés, Centre International de Recherches et d’Information sur l’Economie Publique, Sociale et Coopérative) ha propiciado encuentros internacionales y él, en persona, ya es una instancia importante en el tema de economías alternativas. Su idoneidad y su compromiso con el posicionamiento de los desarrollos cooperativos ha sido un aporte para empresas colombianas y sobre todo para las nuevas generaciones con emprendimientos solidarios.
Dicha intempestiva irrupción de migrantes, desplazados por la adversidad y por ello ávidos de condiciones promisorias, ciertamente producen crisis demográficas, de allí mismo en lo económico, en la seguridad, en lo cultural, entre otros ámbitos. Pero también es cierto que las grandes ciudades y las naciones de muchas maneras han sido resultantes de la interculturación entre oriundos y foráneos advenedizos, ya sea como invasores o como migrantes. Lo ideal serían los éxodos con capacidad económica (turistas, inversionistas) o requeridos como mano de obra barata, como algunas ciudades nórdicas tan frías y llenas de ancianos, que sus gobiernos ofrecen subsidios a quienes decidan vivir y laborar en ellas.
Pero en Latinoamérica, en África, en el tercer mundo, los países están en condiciones de aperturas fronterizas. Si ni siquiera las grandes potencias logran precaver modos convenientes de acoger a los migrantes, al contrario, recurren a medidas terribles para impedirles el acceso.
La reacción instintiva y primaria de los oriundos ante la incursión de foráneos es prevenida, y el extremo fanático es la xenofobia, de parte de la gente común y peor cuando la orienta el mismo gobierno. En todo caso lo gratamente inevitables es que, a la sazón de la interrelación, la incidencia extranjera se notará en el devenir de la cultura e incluso del fenotipo de las poblaciones, ya se verán futuras generaciones con el porte caribeño de las mujeres y los hombres venezolanos, ya se verá que las hayacas y mucha culinaria venezolana influirá en la colombiana. A buena hora la actual realidad intercultural impregnará la colombianidad, si es que existe esa identidad, y ojalá nos hagamos más hermanos con los países vecinos.