“Sólo está derrotado aquel que deja de soñar”: palabras sabias de un grafiti, mediante el cual se a invita a reconocer que en los sueños está el poder y la voluntad de lograr los cambios que, hoy, millones de colombianos constituyen como fundamentales para hacer de la sociedad un espacio de igualdad, de oportunidades y de vida. Son momentos difíciles los que viven el país, en la coyuntura de cambio. La falta de reconocimiento de la verdad, en un conflicto de más de setenta años, donde el 80 % de los muertos son civiles y el 20 % combatientes, demuestra el impacto que tiene el centralismo político en la sociedad civil, pues, en la mayoría de los casos, es la población civil la que desconoce abiertamente las causas reales por las que los colombianos se han proferido violencia y muerte, entre hermanos.
El pasado 3 de junio, el padre José Darío Rodríguez, SJ, doctor en Derecho de la Universidad La Sorbona y actual colaborador del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), habló en el auditorio del colegio San Pedro Claver sobre el trasfondo histórico del Informe de la Comisión de la Verdad. Una charla que relacionó las diferentes comisiones que se desarrollaron durante todo lo que ha sido el conflicto armado en Colombia, desde la Junta Militar, que por decreto creó en 1958 una Comisión Nacional, con siete personas, para que investigaran las causas de la violencia. Esta comisión no dejó informe.
En 1961, Eduardo Umaña Luna, Orlando Fals Borda y el padre Germán Guzmán, hablaron con el presidente Lleras Camargo para recuperar toda la memoria que el padre, como miembro de la Comisión, tenía. A semanas de concluir el que fuera el primer gobierno del Frente Nacional, el estudio del proceso social dio como resultado el primer libro sobre la violencia armada, titulado La Violencia en Colombia. estudio de un proceso social (tomo I con Ediciones Tercer Mundo, en 1962; tomo II con Carlos Valencia Editores, en 1980). Un fenómeno diferenciado regionalmente, por sus actores y sus formas de violencia, que suscitó, con sus posturas reveladoras, un escándalo nacional en la prensa, en el Congreso y alrededor de los sectores políticos más diversos.La Violencia fue vista con lupa, alrededor de 1950, y su estela de estudio garantizado, a partir de la confección del testimonio y de sus reflexiones sociales, cómo la política nacional había construido una representación de país, con la que el libro divergía. Una confrontación producto de la irresponsabilidad de los partidos políticos, de la iglesia católica y del empresariado, incluidos los grandes terratenientes. De toda esta barbarie, quedó latente la idea del período de consenso nacional como un pacto de silencio y de impunidad.
En 1979, se creó una Comisión de Estudios sobre la Violencia para elaborar un diagnóstico sobre el problema nacional, incentivado por el gobierno. Los aportantes, casi todos los académicos, como Daniel Pecaut, Eduardo Pizarro León-Gómez, Jaime Arocha y Gonzalo Sánchez G., entre otros, tienen el plan de presentar un informe de 60 páginas al por entonces presidente Virgilio Barco, sorprendiéndolo al presentarle un libro debidamente publicado por la Universidad Nacional de Colombia en 1987, con 318 páginas, bajo el título Colombia: violencia y democracia .
En el marco de la ley 975 de 2005, o Ley de Justicia y Paz, se creó la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR), con el interés de garantizar a las víctimas su participación en procesos de esclarecimiento judicial y el cumplimiento y realización de sus derechos. A través de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras (ley 1448 de 2011), y por medio del Grupo de Memoria Histórica, que nació en el 2008 con la Ley de Justicia y Paz, se crearon mecanismos con el fin de aportar al esclarecimiento de los hechos ocurridos en el conflicto, y al derecho a la verdad.La verdad fue vista como un proceso logístico, social, intelectual, editorial y de aprendizaje a tiempo real, dimensionando el valor testimonial de los actores como el principio fundamental del desarrollo de una idea de paz, enraizada en una visión somera del conflicto.
El balance entregó, además, un análisis de los aportes y los pendientes que existen en el país, para seguir avanzando en el esclarecimiento histórico, y son una contribución al mandato de la nueva institucionalidad, creada a partir del Acuerdo Final de Paz entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP), en 2016. Desafortunadamente, durante el periodo presidencial de Iván Duque se buscó, por todos los medios, ‘hacer trizas la paz’, quedándole al nuevo gobierno recuperar los espacios perdidos y avanzar en la construcción de una paz verdadera, programada y fundada en el estudio y reconocimiento colectivo de la verdad, palmo a palmo con la ciudadanía involucrada y directamente afectada. En el presente, la coyuntura tiene como protagonistas al Ejército de Liberación Nacional (ELN),
Esa mirada histórica, que soslayamos en este espacio como una referencia, sirve al propósito de entender la magnitud del conflicto y avanzar en la construcción de una conciencia social y política que permita contribuir a la construcción de una sociedad unida, alrededor de la cooperación, la solidaridad y el respeto al diferente, y que permitamos a la sociedad civil –nos permitamos– el encuentro, para abrazarnos en la posibilidad de encontrar caminos de paz.Lograr la paz total, como lo quiere y promueve el gobierno de Gustavo Petro, con un amplio apoyo internacional, es una tarea de titanes frente a la oposición, muchas veces irracional, que desde los medios de comunicación, casi en su mayoría en manos del poder economico y los politicos de la oposicion, se trascienden al compromiso nacional, a pesar de que las distintas instancias de verdad,
La Comisión de la Verdad ha abierto el corazón a las víctimas del conflicto, especialmente desde la presentación, en 2022, del Informe final del cuerpo comisionado, titulado Hay futuro si hay verdad. La recuperación de la memoria en los territorios, documentos que hoy conforman la voluminosa historia de las víctimas de esta guerra, además de la apertura de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) para que guerrilleros, paramilitares, y militares cuentan la verdad, viene acompañado de una presencia real del Estado, especialmente en las regiones que hoy todavía viven inmersas en procesos de reparación o, incluso, nuevas situaciones de conflicto. En esta Colombia donde “el odio todo lo ha cambiado”, como recita sin eufemismos el informe de la Comisión de la Verdad, es prioritario hallar la reconciliación y, sin atajos, el perdón. Un camino largo que desde hace décadas ha sido estudiado en perspectiva histórica, social, política y económica, y que, aunados los avances en los acuerdos, tratativas y cese al fuego del siglo XXI,
Un cese al fuego con el ELN, una conversación abierta con las disidencias de las FARC y con los grupos de narcotraficantes, es el destino por el cual el país necesita caminar, para avanzar. El diálogo y la confianza es lo que permite que podamos salir de esta guerra inútil, de este conflicto fratricida, de esta beligerancia inhumana. Aquella que nos identifica, pero para unirnos.
En este contexto, la oposición a la construcción de una representación de país, tocada por la verdad que viene contando el excomandante de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), Salvatore Mancuso, desde el año 2006, y especialmente en este período jurisdiccional de 2022 -2023, abre una idea gubernamental y política de la nación más cercana a la desigualdad, la pobreza, la miseria y la falta de oportunidades, concentrándose su agudeza en la mirada a los esfuerzos de diversos actores por trastocar el derecho a vivir en condiciones dignas , lo cual es una prioridad.Es por ello que las reformas que se encuentran en el Congreso para su trámite, la reforma a la salud, la reforma laboral y la reforma pensional, a pesar de tener dificultades en su aprobación, se pueden alcanzar a través del diálogo y la concertación con los parlamentarios,
“La peor prisión es un corazón cerrado”, dice otro grafiti, y nos invita a sacar la bola palpitante de sangre, y de emociones, del encierro en que han sido directa o indirectamente mantenidas el odio, la mentira y la violencia. Solamente el amor, la ternura y la solidaridad abrieron caminos de luz, latidos emocionales en medio de las tinieblas de los que, por una y mil razones, se creen dueños de la propia existencia del ser colombiano. Cuando el acto de serlo es, sin más, un acto cohesivo.