Un trabajo árido-superflorecido o la superfloración de la memoria y la verdad: el sendero de quienes acompañan los procesos de memoria y verdad

Quienes escuchamos las experiencias de las personas que han vivido la guerra, a menudo experimentamos una honda desesperanza, nos encaminamos poco a poco hacia un desierto y habitamos por extensas horas los valles de la muerte. Este es, en una parte, el camino de quienes disponen sus oídos para intentar comprender las expresiones de la violencia humana. Otra parte del camino consiste en crear una ruta a través de esos pasos, que permita mantener la empatía y, a la vez, sostenerse en el esfuerzo, a largo plazo, de la construcción de paz. Es un empeño tantas veces laberíntico. Recordar, hacer memoria, remembrar, significa pasar de nuevo por el corazón. Recrear lo que ha ocurrido a otros y otras, ponerlo en imágenes y sonidos, darle lugar en la mente a través de diálogos y pensamientos. El pensamiento que crea y da vida, que trae de nuevo.

 

Decidir el camino de la escucha, la memoria y la verdad, es tomar de la mano a tantos a quienes continuamente se tiene enfrente, ¡porque son tantos!, y decididamente, con atención, acompañarles por los recovecos de la memoria, para revivir como un intento de sanar, de resignificar.

 

¿Cómo escuchar y visualizar, cómo remembrar y recordar el sufrimiento vivido por tantos otros y otras y, simultáneamente, seguir encontrando una razón para continuar? Sobre todo, ¿cómo no perder la cordura en el desierto y sostenerse para resignificar colectivamente, para restaurar el daño desde la emergencia de las verdades sobre lo ocurrido?, ¿cómo hacerlo sin perder el propio sentido?

 

En ese recorrido del trabajo al que me he dedicado, por momentos he pasado por estados mentales en los que predomina la desesperanza y el azar como explicación reinante. Si no hay una razón en el sufrimiento experimentado por tantos, entonces tal vez todo obedece al caos, al sinsentido, a la aleatoriedad.

 

En el sureste de California existe un valle, se llama el “Valle de la Muerte”. Encontrarlo me ha permitido crear sentido en la paradoja y en la metáfora. Aproximadamente cada diez años, en este valle, crecen flores. Se llama proceso de superfloración. Para mí el mensaje ha sido contundente: “aún en el valle de la muerte crecen flores”.

 

Imagen 1. Una superfloración en el Valle de la Muerte. Foto: Harun Mehmedinovic.

 

En tantas ocasiones, en medio del “valle de la muerte”, he experimentado procesos de superfloración (el superbloom del Death Valley). He visto el paralelo constante entre fertilidad y aridez. Entre muerte y nacimiento. Luz y sombra. Lo uno no existe sin lo otro.

 

He entendido que la escucha, la mirada, la imaginación y la empatía se pueden nutrir también desde el esplendor de la vida. Pero depende de la propia voluntad “sembrarse” esas partes de la realidad. Y requiere también constancia y disciplina, cada día coleccionando motivos para seguir. En mi caso, los he encontrado a través de los ojos de las personas a las que amo, de la meditación, de las plantas, del baile, de la risa y del humor. También en los libros.

 

Imagen 2. Mi nota-recordatorio sobre la superfloración.

 

Esa decisión de autocuidado y de amor propio, está impulsada por el objetivo de seguir contribuyendo y acompañando a esas tantas personas que tienen la valentía de romper el silencio para decirnos los horrores que no podemos repetir.

 

Mi protección frente al terror y la violencia extrema no es la anestesia emocional. Es la empatía. Por esto mi voluntad es la búsqueda de sentido, el otorgar significado propio y colectivo a lo ocurrido. Uno de esos sentidos es, por supuesto, no repetir. Otro, restaurar el daño a través de la verdad, pero hay otros, muchos otros “pozos de agua en el desierto”, como lo ha revelado Antoine de Saint-Exupéry en El principito.

 

En esa intención, he encontrado a Viktor Frankl (1905-1997), un judío, neurocientífico y psiquiatra, sobreviviente de cuatro campos de concentración durante el Holocausto, entre esos Auschwitz. Lo seleccioné muy a propósito entre los libros que me he regalado este año, como una ofrenda después de tres años y medio de trabajo dedicado a la Comisión de la Verdad en Colombia. Y ha sido un bello atardecer.

 

Imagen 3. Cubierta del libro El hombre en busca de sentido (1946) de Viktor Frankl (3ª edición, 13ª reimpresión; Barcelona, Herder, 2021). Foto: Autora.

 

En El hombre en busca de sentido, Frankl nos da el regalo, y lo hace muy a propósito, de narrar su experiencia en la que perdió a sus padres, hermanos, a su esposa y su hijo nonato. De hecho, su libro fue el medio, la razón que le permitió mantener la voluntad de permanecer vivo en medio de la tragedia. Lo concibió, como un hijo, “un relato de experiencias personales, experiencias que han sufrido millones de personas una y otra vez” (Frankl, 2021, p. 33).

 

 

Para sostener lo insoportable de la vida en los Lager, como se ha designado a los campos de exterminio, Frankl decidió poner en práctica la teoría psicológica que venía desarrollando desde años atrás y a la que denominó “logoterapia”.

 

A través de las experiencias que narra sobre su vida en los campos de concentración, es posible encontrar joyas, respuestas a la pregunta de cómo puede el ser humano sostenerse o qué lo sostiene en medio de los días que parecen no tener otro sentido que el azar de la violencia y el destrozo de la guerra. De eso se ocupa la logoterapia, que atañe a la voluntad de sentido porque “se centra en el sentido de la existencia humana y en la búsqueda de ese sentido”. Es una teoría, pero a la vez un conjunto de técnicas que pueden ser aplicadas casi por cualquier persona, incluso en estados mentales y psicológicos de profunda inestabilidad y sufrimiento.

 

Este libro ha sido, para mí, una comprobación de la importancia de la búsqueda de sentido como un mástil para navegar los trabajos en los que se indaga, una y otra vez, por las dinámicas de la guerra y sus consecuencias. Y más allá, como un mástil para navegar la vida, los acontecimientos y las circunstancias que tantas veces no comprendemos, que nos desafían profundamente, nos doblegan o nos enfurecen. No podemos determinar la circunstancia, pero sí nuestra reacción, el lugar que le damos y el sentido que le otorgamos a la experiencia vivida: “el ser humano no es un objeto más entre otros; las cosas se determinan unas a otras, pero el hombre, en última instancia, es su propio determinante. Lo que alcance a ser –considerando las limitaciones de su capacidad y entorno– tiene que construirlo él mismo” (Frankl, 2021, p. 160).

 

Cuando perdemos la noción del por qué y para qué todo esto, podemos recordar que es posible un cambio en el punto de vista y que una posibilidad consiste en otorgar sentido a la vivencia, resignificarla y decidir qué rol tomar. Un ejercicio consiste en ver la situación presente como si fuera la segunda vez que la vivimos: ¿qué quisiéramos hacer esta vez? Si tienes la oportunidad de ser el conductor y a la vez el pasajero que ves por el retrovisor, ¿cómo quisieras haber actuado?

 

La reacción nos corresponde, es nuestra responsabilidad. Ahí está el sentido, porque, como lo dice Frankl:

 

El hombre es capaz de inventar las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas mismas cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shemá Israel en los labios. (Frankl, 2021, p. 160)

 

No me queda duda, lo he escuchado en las narraciones y lo he visto en las acciones de personas que han perdido todo en la guerra y no sólo han seguido, se han reconstruido, transformado, transformado su entorno y levantado a otros. Son superfloraciones.

 

 

Referencias

Frankl, V. (2015, 2021). El hombre en busca de sentido [1946]; 3ª edición, 13ª reimpresión. Barcelona, Herder, 168 p.

 

Politóloga de la Universidad Nacional de Colombia, especialista en Conflictos Armados y Construcción de Paz y magíster en Estudios Políticos de la Universidad de los Andes. Los últimos quince años ha estado dedicada al análisis de las dinámicas del conflicto y las alternativas de construcción de paz en Colombia. Ha sido investigadora del Observatorio de Paz y Conflicto de la Universidad Nacional y del Centro Nacional de Memoria Histórica. Exasesora experta de la Comisión de la Verdad y consultora para la Jurisdicción Especial para la Paz.

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